Mitigando la resaca matutina con un cortado y un pedazo de ensaimada.

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1949. El año que nacía la OTAN, se introducían los primeros discos de 45 RPM y Elia Kazan estrenaba Muerte de un viajante, una cigüeña lanzaba sobre el cielo de Úbeda a un retoño que, no mucho más tarde, retrataría nuestros despojos con olfato de sabueso urbano. A sus 75 años recién cumplidos, Joaquín Sabina sigue seduciendo con sus historias de amores imposibles, sazonadas con metáforas ingeniosas y ese escepticismo crónico que ha convertido en su marca de agua. Con el ‘flaco’ no valen las medias tintas. Y si se opta por amarlo, seguirlo y soñarlo, sus canciones se convertirán en inseparables compañeras de viaje, porque combinan la melancolía del poeta exiliado con el hedonismo del tierno canalla... Con ellas ha afianzado una obra que es un monumento a la sabiduría, y que sigue inoculando su veneno iconoclasta a nuevas generaciones.

El hombre que nos conmueve con su voz rasgada y cavernosa, exhibe en su descarnada biografía Sabina en carne viva, un documento rebosante de aliento y juventud escrito por Javier Menéndez, el carnet que le acredita como ‘informador’ de esta casa, Ultima Hora, donde se desempeñó durante el tiempo que estuvo haciendo el servicio militar. En dicho documento puede leerse el nombre de Joaquín R. Martínez Sabina, con fecha 1 de septiembre de 1977. Durante su estancia en la Isla contrajo nupcias con Lucía Inés Correa Martínez, una argentina que se encontraba de paso en Mallorca. Fue un matrimonio de conveniencia: ella consiguió los papeles y él dormir fuera del cuartel. Un win to win como una catedral. Tras cumplir sus objetivos, la alianza se disolvió en 1985.

«Mis canciones son menos autobiográficas de lo que la gente cree y bastante más de lo que yo quisiera», deslizaba en una entrevista este insomne canalla enamorado de la noche, ese reino de príncipes efímeros que durante décadas le hizo sentir la vida como una atracción de feria, emocionante y rápida. Pero, antes de convertirse en mito, degustó el amargo vino del exiliado. Fue en Londres, donde pasó unas ‘vacaciones’ tras colocar un cóctel molotov en una sucursal del Banco Bilbao en protesta por el proceso de Burgos. En su pasaporte falsificado podía leerse Mariano Zugasti. En pleno exilio escribió sus primeras canciones, que pudo desflorar ante George Harrison en un local llamado Mexicano-Taberna. Sabina recibió los parabienes del ex Beatle, que le entregó cinco libras de propina.

Affaire

Sonado fue su affaire con la mallorquina Cristina Zubillaga, musa de 19 Días y 500 Noches. Ella es la mujer de ‘la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta’. El propio artista confesó que le dejó el corazón en los huesos. Su historia de amor comenzó a finales de los años 80, en Madrid. Ella era una esbelta modelo de mirada felina y oscura cabellera que luchaba por hacerse un hueco en las pasarelas. De un encuentro casual, con nocturnidad y alevosía, nació una relación que Sabina se tomó más en serio que un infarto. Tanto la amó que se la llevó a Cuba, donde compartieron confidencias de madrugada con Fidel Castro. Pero Cristina se cansó de los ‘volúmenes’ nocturnos de este arquitecto de la belleza y la decadencia, de sus noches eternas y su afán recolector femenino, y dos años más tarde dejaron de verse definitivamente.

La mallorquina Cristina Zubillaga junto a Joaquín Sabina en Cuba, donde compartieron confidencias de madrugada con Fidel Castro.

Nicotina

75 años de música y nicotina, de clarividentes nanas oscuras, de amor febril y canallesca, impulsan al hombre del bombín, ese cantante y poeta que ha universalizado la visión irreverente y pasionalmente bella de la vida, con versos y estrofas que son un sincericidio que araña utopías; versos y estrofas que deslizan la idea de que esta vida merece otra.

Festejemos el 75 aniversario de la inteligencia, el ingenio y el testimonio callejero. También el de la mejor poesía en el meollo mismo del rock y el pop. Y esperemos poder volver a experimentar otra de sus visitas, para desatar una nueva catarsis liberadora y colectiva, ajena a los trovadores mediocres, juntaversos de medias tintas, hipocresía y otras estupideces que cunden en la vida y en la canción popular.