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Entre los grafitos y bocetos de Miró, siempre silenciosas, las sombras se paseaban por los techos de Son Boter, como si fuesen los fantasmas de aquellos que no hace tanto habitaron la possessió. La Fundació Pilar i Joan Miró fue el escenario de Una Mirada, un temps, un taller infantil donde una docena de niños aprendieron a crear una cámara estenopeica, un artefacto fotográfico primitivo que captura la realidad sin óptica, además de realizar su primera inmersión en el laboratorio fotográfico. «La actividad se enmarca en la exposición Son Boter de Miró. Una mirada al passat, comisariada por Francisco Copado, una aproximación histórica a la possessió que Miró convirtió en su segundo taller», explica Alejandro Ysasi, al frente del Servei d’Educació i Activitats de la Fundació, además de bisnieto del antiguo propietario de Son Boter, Rafael de Ysasi Ransome.

«Era un hombre del Renacimiento: dibujaba, pintaba, escribía, era arqueólogo e investigador, colaboró con Gaudí en la reforma de la Seu, o documentó las primeras prospecciones en Pollentia... Entre los documentos de esta exposición se encuentran fotografías históricas de la vida cotidiana en Son Boter, y son nuestro punto de partida», sostiene Ysasi, que dirigió el taller con la ayuda del guionista y profesional del audiovisual, Javier García Lerín, «me interesa la fotografía que el sistema ojo-cerebro no es capaz de captar. Me refiero a todo lo que sucede en las fotos en que el tiempo de exposición es un factor determinante. Miro a mi alrededor y percibo que la tecnología está tan en primer término que nos oculta todo lo que hay detrás de ella. Nos evita inventar, pensar, medir. Para según qué cosas no hay nada mejor, pero crear es precisamente todo lo contrario», razona Javier.

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De esta manera, en la primera jornada del taller, los niños visitaron la exposición temporal y aprendieron a construir una cámara estenopeica a partir de una simple lata de aluminio. «Un estenopo es, básicamente, un agujero lo suficientemente pequeño como para hacer converger los rayos de luz sobre un plano. En la cámara digital, es un sensor lumínico, pero en nuestras cajas es un papel fotosensible. Se habla de fotografía estenopeica cuando no hay óptica», explica Javier, que enfatiza la importancia en la elección de la caja. «Aquellas que tienen poco fondo nos ofrecen perspectivas angulares; las redondas son ojos de pez; las profundas teleobjetivos y las rectangulares de té o de tabaco, nos acercan más a la visión humana», detalla Javier. Después de preparar su cámara-lata, los participantes la dejaron secar y reposar y, acto seguido, accedieron a Son Boter, donde vivieron el efecto estenopeico en el interior de una de sus habitaciones, totalmente a oscuras y con un pequeño agujero por el que se proyectaban las figuras de quienes paseaban por el exterior.

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Y el segundo día del taller se centró en la experimentación artística. Primero, los niños sellaron la cámara con un baño y prepararon el papel de positivo directo. Más adelante, ascendieron de nuevo hasta la possessió y trataron de emular aquellas imágenes cotidianas que se conservan de Son Boter. El día era nublado y los niños demostraron su paciencia: los tiempos de exposición fueron de entre 1.45 y 2.30 minutos, y debían quedarse completamente inmóviles si querían fijar su imagen en el interior de la caja.

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Tomadas las fotografías, se dirigieron al laboratorio, donde se sumergieron en el emocionante, y en ocasiones frustrante, proceso de revelado. «Cuando empezamos el taller oí a un niño decir, ‘¿pero cómo vamos a sacar una foto con esto? Es imposible’. Luego no puedes imaginar sus caras cuando el revelador actúa sobre los papeles y emerge la imagen. Explorar los procesos es la parte más interesante de cualquier disciplina artística. No digo que no sea maravilloso que una IA convierta texto en fotografía, sino que -en este caso- la parte más interesante del proceso la ha llevado a cabo el programador. Sin embargo eso no hace menos fascinante la aparición de una imagen en el líquido revelador o sacar una foto con una lata», razona Javier para quien el taller, además de incentivar la reflexión sobre la fotografía o la importancia de la memoria, «es una propuesta ecológica. Todas son cajas de hojalata recicladas, funcionan con luz solar y sobrevivirán a sus propietarios», concluye.