Francesco Bonomo en su heladería de Can Pastilla, situada frente al mar. | P. Pellicer

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Hace un sol de justicia. Al retirarme las gafas siento que, por momentos, se me desmaya la vista. ‘Woody’ es lo primero que alcanzo a ver tras recuperar la perspectiva, sentado sobre sus cuartos traseros con el porte elegante de Cary Grant. Estamos en la terraza de Starfresco, la heladería de Can Pastilla. «Le puse el nombre por Woody Allen», aclara Francesco Bonomo. Incansable como un motor diésel, nuestro protagonista reparte su vida entre Milán y Palma. Aquí carga pilas, pone su vida en pausa, lejos del frenesí de la capital lombarda. Me habla desde la primera línea del ‘Mare Nostrum’ –«el mar que compartimos españoles e italianos»– con la expresividad gestual de su país, también hace honor al talante bienhumorado y locuaz de sus compatriotas. Transmite optimismo y vitalidad, imposible no contagiarse.

Accedo al local y reparo en la vitrina, que brilla como un Jackson Pollock. Blanco, amarillo, verde pistacho, tonos rojos y pastel… el aparador es una fiesta del color donde encontramos todo tipo de helados «elaborados de forma artesana y natural». La diferencia con otros comercios estriba en que aquí sirven tanto a ‘bípedos’ como a sus mascotas de cuatro patas. «Siempre me fijaba en la cara de los perros cuando su dueño les daba a probar helado. Y pensé que lo más sano para ellos sería hacerles un helado adaptado a sus necesidades». Dicho y hecho.

Francesco pidió a su hermano, veterinario de profesión, unas directrices para fabricar el helado. «Me dijo ‘mándame la receta que utilizas para el helado normal y yo te digo lo que tienes que añadir y quitar’». Las variaciones consistían, fundamentalmente, en «cambiar la leche con lactosa por leche sin lactosa». Por lo demás, el helado se elabora «con agua, una base de arroz y cáscara de fruta natural del día, excepto de cítricos. Y también añadimos una galleta de perro para darle una textura más consistente». ¿Y algún tipo de conservante o colorante? La simple pregunta parece ofenderle, «solo materiales orgánicos y saludables», agrega.

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‘Woody’ degustando de manos de su dueño una paleta de helado.

Insiste Francesco que, en su metodología, la alimentación saludable es innegociable: «Solo utilizamos materia prima de gran calidad, incluso pagamos más para asegurar que el producto sea el mejor, sucede por ejemplo con los pistachos que tienen un sobrecoste importante. Pero, claro, luego pruebas el helado y no hay color», afirma mientras aprieta el pulgar contra el índice y el dedo del medio en una clara representación made in Italy. La mirada cómplice de unos clientes corrobora su relato. Pero, ¿qué hay del helado ‘perruno’? ‘Woody’ se ofrece voluntario para ‘chequear’ su sabor. Como las personas, cada perro es un mundo.

Este peludo bonachón, por ejemplo, lo engulle como si no existiera el mañana. Entre risas, me asegura el heladero que «eso no es nada, hay perros que se lo comen de un solo bocado, mientras que otros lo van lamiendo lentamente». De diferentes sabores, Francesco los elabora en su propio local, dentro de unas cubas que mezclan a diferente velocidad los ingredientes. La masa resultante la coloca en paletas, al estilo polo, para luego conservarlos en cámaras.