Cati Vidal, el pasado martes en el muelle de Cabrera, con el castillo al fondo.

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Los padres de Cati Vidal Vicens, Juan Vidal Garau y María Vicens Burguera, llegaron junto a su hija María, de 10 meses, la noche del 24 de julio de 1968. Su padre iba a trabajar como payés para la familia Sunyer, arrendatarios de Cabrera. Se iba a encargar junto a su esposa de cultivar la tierra y atender el ganado, compuesto principalmente por cerdos y ovejas.

En 1972 nació Cati en el hospital Mare Nostrum de sa Pobla, aunque con 20 días ya le llevaron a Cabrera. «Pasé una infancia muy feliz, a pesar de que pudiera parecer que estuviera sola. Había otros niños de militares y me relacionaba con ellos, y antes de ir al colegio en sa Pobla mis padres me enseñaron lo que sabían», comenta.

Cati, a la derecha, con sus padres y su hermana, que celebraba la comunión.

Después de unos años, la tierra no daba y la familia Sunyer se fue de la isla, y el padre de Cati empezó a trabajar para el Ministerio de Defensa. Su cargo era de panadero-leñador. Lo combinó durante muchos años con el oficio de pescador. Trabajó para Defensa hasta el año 2007, cuando le jubilaron. Su plaza en Cabrera salió a oposición y Cati se presentó. Veía que sus padres se estaban haciendo mayores y quería estar el máximo de tiempo posible con ellos.

Cati, en su infancia temprana.

«Yo había vuelto a Cabrera con mi marido y mis hijos a vivir en 2005 para llevar la cantina, y desde 2007 empecé a trabajar para Defensa. Mi función principal es estar allí como representante del Ministerio. Me encargo de las instalaciones, las que no están cedidas a la Conselleria de Medi Ambient, y soy el enlace entre Defensa y el personal que trabaja en la isla. Mi sueldo sirve para que podamos vivir, pero también es necesario el trabajo de la cantina».

Cati, con sus hijos Joan y Tomeu, y con Llorenç, su marido.

Cati y su familia viven todo el año en el Parque Nacional, que precisamente estos días celebra el 30 aniversario de la declaración. «Cuando viene el buen tiempo mi madre también viene a pasar unos meses. Está mayor, pero Cabrera es su vida, 53 años en la isla es más de lo que ha vivido en Mallorca». Cati se desplaza a Mallorca para hacer la compra o gestiones que no se pueden realizar desde su casa. «En invierno puede ser una vez al mes y en verano más seguido, ya que mi familia sigue llevando la cantina y necesitamos género más a menudo». Su marido, Llorenç, y su hijo Tomeu son los que están más en la cantina. «Mi hijo Joan es pescador, se quedó con el llaüt de mi padre y se dedica a la pesca. Aunque en la familia todos hacemos un poco de todo», explica, y añade que Joan suele dejar Cabrera y Mallorca en invierno para irse a trabajar al Caribe en barcos de alquiler.

Bas, su hermana Maria, Cati, Llorenç, Tomeu e Inma en la cantina.

Privilegio o aislamiento

Para Cati, vivir en Cabrera es un privilegio «si tienes a tu familia contigo, porque si no, se puede hacer muy duro estar alejado de todo. Aun estando tan cerca de Mallorca y perteneciendo a Palma, somos una pequeña isla y sufrimos un doble aislamiento».

Inquieta por naturaleza, a ella siempre le ha gustado estudiar y durante estos años se ha sacado la carrera de Trabajo Social y también tiene el título de patrón de barco. «Así me puedo mover con total autonomía para ir a Mallorca».

Su padre, con sombrero, con los corderos preparados para llevar a Mallorca.
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El cambio de la Cabrera completamente militar a Parque Nacional hace tres décadas fue un poco complicado para su familia, «sobre todo para mi padre, porque pasamos de vivir casi por completo de lo que nos daba la isla (pesca, caza, animales domésticos, ir a por setas, sal…) a depender completamente del exterior para subsistir. Eso no quiere decir que estemos en contra del Parque, ni mucho menos. En treinta años que han pasado desde su declaración ya estamos completamente integrados en la disciplina de la conservación. Gracias a que la isla siempre estuvo en manos de los militares ha llegado a nuestros días casi intacta; es de los pocos sitios en que parece que se ha detenido el tiempo».

Eso sí, Cati ha notado mucho el aumento de visitantes en los últimos años. «Antes venían sólo barcos privados y una golondrina de vez en cuando, pero a partir de 2005 la situación cambió y reconozco que me molesta que venga tanta gente». Cati no siente que la isla sea suya, pero sí que se siente un tanto «celosa» cuando ve a tanta gente en una zona que casi le ha visto crecer y en la que ha pasado la mayor parte de su vida. «Es cierto que por el trabajo de la cantina es mejor que tengamos más clientes, pero si por mí fuera preferiría menos y vivir más tranquilos. Igual puede parecer un poco egoísta, pero es lo que siento».

Con su madre, hermana e hijos, celebrando los 50 años en Cabrera.

Estaciones

Para ella, el invierno es más duro porque hay bastantes días en los que están aislados, ya sea porque las tormentas impiden el tráfico marítimo o porque se han caído las telecomunicaciones. En cuanto a la salud, un cólico nefrítico fue el problema más grave que ha tenido y que coincidió con un día de esos de mal tiempo. «Llené la bañera de agua caliente y esperé a que remitiera el dolor y afortunadamente así fue, pero reconozco que lo pasé bastante mal porque el dolor era muy fuerte».

Nuevas tecnologías

En los últimos años, internet ha supuesto el mayor cambio en su vida. «Ha facilitado mucho las cosas. Ahora puedo encargar la comida en el supermercado e ir a recogerla a la Colònia, además de realizar todos los trámites telemáticos y, por supuesto, nos permite estar en un contacto más directo con nuestra familia y amistades».

Durante las vacaciones, Cati y su familia suelen salir de Balears. «¿Se podrá creer que no somos gente de mar? Yo en el verano me puedo bañar una vez en el mar, no más. Nos gusta mucho ir a los Pirineos, a zonas naturales, pero curiosamente, también tenemos la necesidad de ver el mar después de unos días. Un lugar que cumplió ambos gustos fue Nueva Zelanda. Son los paisajes más espectaculares que he visto».

El ‘no’ al autógrafo de Zidane

«Un día, hace unos años, entró a la cantina un señor que me preguntó si en la televisión ponían los partidos del Mundial. Mi hijo me dijo que ese señor era Zinedine Zidane y me acerqué a él para pedirle un autógrafo para mi hijo. Él se extrañó y le pregunté que si no era Zidane, a lo que él contestó que no. Horas después, vino a la cantina a ver el partido. En el bar había más gente y le reconocieron. Firmó autógrafos y se hizo fotos con varios de ellos. En un momento dado se acercó y me dijo que me firmaría el autógrafo que le había pedido antes. Le dije que no, que ya no me interesaba. Me sentía engañada», explica Cati, quien también recuerda haber visto en Cabrera al hoy Rey de España de acampada con su tutor y unos amigos, o a deportistas famosos como Rafael Nadal o Carlos Sainz (padre).

Cati, en las escaleras que dan acceso al Museo de Cabrera.