Las unidades gemelas ‘Boudicca’ y el ‘Black Watch’ se despidieron de Palma este año tras cerca de medio siglo de visitas. | Gabriel Alomar

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En la era de los megacruceros, que hasta el estallido de la pandemia de la COVID-19 han navegado como masificados y enormes ‘resorts’ para miles de turistas, los anteriores trasatlánticos clásicos de bellas líneas marineras y limitado aforo, son ya una especie en práctica extinción.

La progresión del coronavirus ha determinado la precipitada baja de las últimas unidades de este tipo, mantenidas de forma impecable por parte de algunas navieras y destinadas a una clientela nostálgica del romance y estilo de otra época. Se trata de buques con carácter y ambiente tradicional, cada vez más añorados por muchos amantes de las vacaciones en el mar, muy distintos de las tendencias actuales, y que han aglutinado durante los últimos años un segmento propio, especialmente en Gran Bretaña y Alemania.

El pasado mes de marzo rindió su última visita a Palma el navío Boudicca al final de un espectacular crucero alrededor del mundo, de 168 días de duración. Paradigma de crucero de la primera generación y heredero directo de los antiguos trasatlánticos, pertenece a la naviera británica Fred Olsen y forma pareja con el Black Watch. Ambos buques constituyen todo un contrapunto frente al actual concepto del megacrucero. Con una capacidad inicial para sólo 530 pasajeros, son parte de la serie original de la firma noruega Royal Viking Line, (constituida por tres unidades gemelas y pioneras bautizadas en 1972/73 con los nombres de Royal Viking Star, Royal Viking Sky y Royal Viking Sea) que se completa en la actualidad con el Albatros de Phoenix Reisen, y que en su época representaron lo más moderno y lujoso del mundo.

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Un hito en la Bahía

Aquellos hermosos buques construidos por Wartsila en Finlandia y habituales en Palma desde los años 70, representaron todo un hito en materia del mejor y más vanguardista diseño escandinavo, cuya calidad ha permitido su permanencia hasta nuestros días. Entre sus novedosas instalaciones destacaba su luminoso comedor en la superestructura, con grandes ventanales, y su salón panorámico ante una estilizada proa, sobre el puente de mando. Por su parte, la chimenea se inspiraba en la del QE2. Y a su imagen, más tarde incorporaron las primeras suites con terraza.

Durante los 80 y dado su éxito comercial, se les realizó una espectacular ‘intervención quirúrgica’, consistente en aumentar su eslora en 28 metros, hasta los 205, alcanzando las 28.000 toneladas. Una cifra respetable, pero que en la actualidad representa la décima parte del volumen que registran los mayores y monstruosos megacruceros.

Ahora, con la adquisición de nuevas unidades redundantes ante la crisis derivada de la pandemia, y destinadas a su sustitución, su futuro, dada una edad cercana a los 50 años, se muestra especialmente sombrío. Y es que por desgracia, con su más que probable desguace, desaparecerá toda una época en la historia de la navegación y una forma irrepetible de disfrutar de largos viajes por mar.

Una imagen que ya no se repetirá y marca el final de una era.