Jordi Roca. | Jaume Morey

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Jordi Roca (Girona, 1978) es el menor de los tres hermanos Roca y el encargado de que el cliente de su restaurante familiar se vaya con el mejor sabor posible en el paladar. Este martes estuvo en Palma con su hermano Josep Roca para presentar el proyecto conjunto con el BBVA sobre una propuesta culinaria sostenible de la necesidad de actuar para asegurar la conservación del planeta.

¿Los postres han sido los grandes olvidados de los mejores menús del mundo?
— Es algo que ha pasado y que también sigue ocurriendo, pero esto varía cuando en un restaurante hay una persona que se dedica sólo a los postres y desde un punto de vista creativo. El cambio es tan grande que incluso afecta a los platos salados para que combinen mejor.

¿Qué busca a la hora de crear un postre?
— Intento ofrecer un toque de fantasía y sorpresa para que el cliente se vaya con el mejor gusto posible. En un menú, lo primero que recuerdas es lo último que has comido.

¿El cacao, el chocolate es el rey de los postres?
— Es un ingrediente muy importante. El chocolate ha sido durante mucho tiempo el que más he utilizado, pero ahora lo que me interesa es su elaboración desde el cacao y conocer diversas zonas del mundo donde se produce. Y se da la casualidad de que los cacaos más auténticos son los que producen las personas más auténticas.

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¿Cómo lleva esta ‘demonización’ de lo dulce?
— Es cierto que hay esta corriente de cuidar la salud, la digestión, y está muy bien, pero también me parece muy importante cuidar la salud emocional. Y estoy seguro de que es más perjudicial el privarte de un dulce que te apetece o una copa de vino porque te crea una frustración, que es peor que el azúcar que contenga. («Estamos en este mundo para disfrutar, no para sufrir», apostilla su hermano Josep).

¿Usted es muy goloso?
— Me gusta, pero tampoco de una forma obsesiva.

¿Recuerda algún postre o dulce del que guarde un gran recuerdo de su infancia?
— Le podría decir el pan con chocolate, pero ahora me viene a la memoria una camioneta blanca que llevaba en la parte trasera los panes y numerosos productos de bollería industrial, que repartía por las casas y los restaurantes de Girona, entre ellos el de mi familia. Había muchos bollos y pasteles, pero entre todos recuerdo los ‘bollycaos’, que me fascinaban.

Usted se lleva 14 y 16 años con sus hermanos. ¿Cuándo le empezaron a tomar en serio?
— Cuando comencé a hacer cosas raras. Y sobre todo cuando en 1998 elaboré un postre que sabía a tabaco.

Permítame la broma. ¿Su hermano Josep no le tiene envidia por su nariz?
— Ja, ja, ja. El tamaño no importa para ser un gran sumiller como lo es mi hermano.