El director de la Red Sísmica Nacional, Emilio Carreño, en Madrid.

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La Red Sísmica Nacional calcula que si la costa del sur de España volviese a ser golpeada por un tsunami como el que barrió Cádiz y Huelva en 1755 -el peor que ha sufrido el país en su historia-, las autoridades dispondrían de unos 30 minutos para avisar a la población y tomar las precauciones básicas.

La última visita de este fenómeno natural a España se produjo el 27 de mayo de 2003, cuando un terremoto en la costa de Argelia generó un pequeño tsunami que elevó el mar unos 15 centímetros en Mahón y Palma de Mallorca y provocó daños a numerosas embarcaciones.

España no es ajena al peligro de las grandes olas que pueden generar los maremotos, como se ha puesto de relieve en un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo sobre riesgos naturales. De hecho, datos del Instituto Geográfico Nacional acreditan que ha sufrido 24 desde el año 218 antes de Cristo.

El director de la Red Sísmica, Emilio Carreño, precisó ayer que de los 24 tsumanis que han golpeado a España en los últimos 22 siglos, sólo uno ha alcanzado la categoría de desastroso, la que se asigna a aquellos con mayor poder destructivo.

Fue el del 1 de noviembre de 1755, cuando un terremoto de 8,5 grados en la escala de Richter generado al suroeste del cabo de San Vicente dejó en ruinas Lisboa y levantó una ola de 15 metros de altura que mató a 2.000 personas en la costa atlántica andaluza.

«Todavía hoy, cuando se excava un kilómetro tierra adentro para alguna construcción, salen restos marinos de procedencia detsunami», explica Carreño, uno de los técnicos de la Administración del Estado que ha recibido el encargo del Gobierno de revisar cómo se encuentran los sistemas nacionales de alerta frente a riesgos naturales, tras el reciente maremoto del sureste asiático.

Este especialista en terremotos sostiene que las edificaciones modernas deberían resistir el embate de una ola gigante, como ha demostrado el ejemplo de Indonesia -apunta-, donde los grandes hoteles han permanecido en pie mientras las edificaciones más humildes eran reducidas a escombros por la fuerza del mar.