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El concilio de la Iglesia rusa ortodoxa cerró uno de los capítulos más polémicos de la historia contemporánea de Rusia al canonizar al último zar, Nicolás II, y a los miembros de su familia como mártires del comunismo.

«En el último monarca ortodoxo y su familia vemos personas que sinceramente aspiraban a seguir los mandamientos del Evangelio», dijeron los obispos en su primer día de sesiones del concilio que conmemora los dos milenios del nacimiento de Cristo. Además del zar, el concilio aprobó la canonización de la zarina Alejandra y de sus hijos, el zarévich Alejo y las princesas María, Olga, Tatiana y Anastasia. Todos ellos fueron ejecutados el 18 de julio de 1918 en la ciudad de Yekaterimburgo, en los Urales, donde permanecían bajo arresto domiciliario de los bolcheviques.

Los restos de sus cadáveres, que fueron rociados con ácido para borrar toda huella y arrojados al pozo de una mina abandonada, aparecieron tras la desintegración de la URSS en 1991. Laboriosos exámenes clínicos con análisis de ADN efectuados durante dos años determinaron, con un 99'9 por ciento de certeza, la identidad de los restos, que fueron solemnemente inhumados en San Petersburgo el 17 de julio de 1998. Frente a quienes consideraban que no era procedente canonizar al zar por su poder dictatorial antes de la revolución de 1917, la Iglesia rusa ortodoxa optó por la fórmula de subrayar la «humildad» con que aceptaron la muerte.