Miquel Ferriol, con el vehículo desde el cual emite las ‘crides’. | Lola Olmo

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Miquel Ferriol i Estrany (Maria, 1945) es muy conocido en este pueblo del Pla, pese a que se marchó con 7 años con sus padres para hacerse cargo de distintas possessions en la Mallorca preturística. A los 18 años se fue a Alemania, convirtiéndose en uno de los primeros mallorquines en dominar el alemán y en un perfecto anfitrión para los primeros turistas germanos que visitaban la Isla. Al llegarle la jubilación regresó a Maria y recuperó la antigua tradición del saig, una persona que, altruistamente, recorre el pueblo anunciando la actualidad: bandos municipales, actividades de ocio, cursos, restricciones, etc. Miquel Ferriol es, probablemente, el último saig de Mallorca.

¿Qué se encontró en Alemania en 1963, eran bien recibidos los migrantes?
— En aquella época era una novedad que un mallorquín se marchara a Alemania, pero una vez allí había muchos trabajadores migrantes de otras comunidades. Yo me fui buscando aventura y aprender el idioma; mi idea era venir a hacer la mili y volver a Alemania pero me licenciaron medio año antes de lo previsto e imagínese, no había teléfonos ni internet, no tenía cómo avisar a mis empleadores. Y me quedé a trabajar en el turismo.

¿Cómo eran los primeros años del turismo en Mallorca?
— Eran excepcionales, a los seis meses yo ya tenía trabajo en hoteles. Los sueldos eran incomparables, podía ganar 500 pesetas en una sola noche y esto en el campo, de donde venía, era una fortuna impensable. Tengo recuerdos muy buenos de aquellos años, llevábamos a los turistas a la bodega Rosales (hoy un bingo) y al show de las salas de fiesta Tago Mago, en Portopí y Trocadero, que estaba al final de La Rambla.

¿Se parecía al turismo que viene ahora a s’Arenal?
— ¡Para nada! Para aquellos alemanes todo era exótico en la Isla. No eran exigentes, en el sentido de que se les vendía como «típico de Mallorca» cosas que no lo eran, como los espectáculos de doma española, barbacoas de pollo y porcella a la brasa, muñecas flamencas, gorros mejicanos... lo único mallorquín era la porcella. Pero eran muy respetuosos, era un turismo familiar. Todo empezó a cambiar en los años 1975-1980 con la apertura de los balnearios y las grandes cervecerías para los turistas alemanes.

¿Cuándo regresó usted a la tranquilidad del Pla?
— Cuando me jubilé. Teníamos la casa de mis padres en Maria y empezamos a venir los fines de semana. Es curioso, los años que viví en Palma, yo era ‘el de pueblo’ y cuando regresé a Maria, para los vecinos era ‘el ciutadà’ (palmesano), pero fue muy fácil integrarnos, la gente nos acogió enseguida.

¿De dónde le vino la idea de ofrecerse para hacer de saig?
— Mi padre había ejercido de saig hacia 1945-1950, cuando yo era pequeño. Él era una persona inquieta, feia poble, nunca fue nombrado saig de manera oficial pero el Ajuntament lo contrataba para hacer las crides. Salía al atardecer con un tambor y las hacía de viva voz en cada esquina. Más adelante le compraron un megáfono que iba con pilas y salía con un mobylette, hasta que cumplió 80 años. Era un jubilado muy activo, barría la plaza con una hoja de palmera, colocaba el paperí para las fiestas y hacía de saig, también montó una banda de tambores y cornetas infantil junto con el rector Pere Fons.

Usted no se queda atrás, no es un jubilado de bar...
— No, cuando regresé a Maria vi que pedían gente para formar parte de la colla de dimonis dels Infernets. Aún recuerdo las caras de sorpresa cuando me presenté a los talleres, con 72 años... Ahora soy el dimoni vell, y me encanta preparar actividades con la colla infantil. También acompaño a la escuela en las Rúas de Carnaval, hago gloses...

¿Cómo se le ocurrió ofrecerse para hacer las crides’?
— Fue una consecuencia del confinamiento. Durante tres meses estábamos confinados y desinformados, con unas restricciones cambiando continuamente. Cuando terminó vino una etapa política convulsa en Maria, y cuando se calmó me ofrecí a hacer las crides. Empecé a finales de 2020, me encontré con un pequeño camión municipal que llevaba un año en desuso, le adaptamos un antiguo sistema de altavoces que tenía 40 años de antigüedad. Repetía la crida 30 o 40 veces, durante casi dos horas. Luego me fui poniendo al día, me he empapado de muchos tutoriales hasta aprender a grabar las crides con una tablet. Ahora hago entre 70 y 80 cada vez y siento que la gente lo agradece.

¿Es el último saig de Mallorca?
— Creo que soy el único que queda, he preguntado y no me han sabido decir ningún otro pueblo donde aún exista esta figura.