Imagen de un momento de la celebración de Sant Sebastià en la Plaça Major de Palma este domingo. | Jaume Morey

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Fueron muchos los ciudadanos que salieron a la calle para disfrutar de la Revetla. El buen tiempo animó a vivir la noche, a torrar, tomar una copa de vino y a escuchar los conciertos programados. Pero la sensación, al ver prender las torradoras y observar el perfil de los asistentes, muchos de ellos impacientes por tirar la carne sobre la parrilla, es que Palma cada vez es más una ciudad cosmopolita y plural.

Las fiestas patronales de Sant Sebastià, abiertas a todo el mundo, acogen una extensa variedad de nacionalidades. Residentes y turistas se entremezclaron en calles y plazas; sin embargo, uno tiene la impresión de que son menos los palmesanos de toda la vida que salen a torrar o se sientan en el bordillo de la acera a comerse un bocadillo de panceta o sobrassada.

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Ya no está de moda cenar un trozo de carne medio carbonizado y beber un vino en vaso de plástico, regresando a casa a medianoche con la ropa oliendo a humo. Quizás nos hemos vuelto más especiales o sencillamente no sentimos las fiestas patronales como debiéramos. Otros años nos excusábamos en la lluvia y en el frío, pero anoche ni lluvia ni frío. Cierto que no hay que generalizar, pero los palmesanos somos ahora más de tardeos que de torrar. Preferimos un buen gintonic que un vino en vaso.

Los tiempos cambian, el tardeo ha ganado peso y las fiestas alternativas se han comido el programa de actos oficiales del Ajuntament. El Encontre de Confraries, sin ir más lejos, provocó el cierre puntual de algunos espacios al completarse el aforo. Eso sí, el postureo político vivió su gran momento anoche. Representantes de los partidos se mostraron cercanos a los ciudadanos, compartiendo bandejas de embutidos y torrando en los foguerons. Hasta enero de 2026 queda un año para reflexionar sobre la fiesta y mejorarla.