A pesar del mal tiempo, muchos palmesanos, sobre todo los más jóvenes, soportaron el chaparrón para disfrutar de los conciertos de la Revetla. | Pere Bota

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Muchos eran los que con recelo miraban el pronóstico del tiempo a diario durante esta semana para ver, sin sorpresa porque lo marca la tradición, pero con algo de fastidio, que solo un día de todos amenazaba lluvia y tormenta. Ni siquiera el día entero, sino una parte del día, o mejor dicho, de la noche. Básicamente a la hora de la fiesta. Ese es el verdadero poder de Sant Sebastià y este viernes lo demostró una vez más en una velada pasada por agua y en la que los paraguas y los chubasqueros fueron los verdaderos protagonistas.

Parece un chiste malo que se cuenta solo, pero sí, que llueva en Sant Sebastià es tan típico como lo son las torradas, los conciertos o que sea fiesta el día 20. Bueno, esto último parece que ya no tanto. Y, de hecho, casi todo lo que ha rodeado a la Revetla ha estado en el aire este año. Las actuaciones tardaron en anunciarse más que nunca; las torradoras no estaban aseguradas; hasta parecía que quizá no llovería teniendo en cuenta la situación de pre-presequía en la que parecemos metidos, pero Sant Sebastià demostró tener fuerza para asegurar que la Revetla sería como cada año: llegaron las torradoras, la música estaba asegurada y la lluvia hizo acto de presencia. Todo menos lo de la fiesta porque Sant Sebastià solo es santo, no político, y como dice el refrán: donde manda concejal no manda  el patrón, o algo parecido.

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La lluvia fue muy intensa en ciertos momentos de la noche.

Festivo

Esa era, de hecho, una de las comidillas más comentadas en los foguerons, que más que para torrar butifarrones ayer sirvieron para calentarse uno mismo. Algunos comentaban no sin algo de ira que el día de Sant Sebastià debía ser festivo sí o sí y que lo contrario era similar a una traición al patrón de la ciudad. A otros, sin embargo, lo que les molestaba era que no se adelantaran unas horas los conciertos teniendo en cuenta la que parecía que iba a ser avanzada la noche.

Otros se lamentaban de que Sant Sebastià se celebrara en invierno, con las altas probabilidades de mal tiempo que ello implicaba, y, finalmente, tampoco faltaba el que sugería que no debía gastarse nada de dinero público en fiestas como esta porque eran «un despilfarro». Más allá de los arduos debates de torrada, lo cierto es que fuera o no festivo al día siguiente, había quien tenía ganas de fiesta sin importar el qué, pero no eran muchos a decir verdad.

De hecho, en la Plaça Major, todo arrancó con la inauguración de la jornada con en el encendido del fogueró grande de la plaza y el ambiente se comenzaba a caldear. Poco después, ante la música de Aires d’Andratx y Ramallets, la gente se soltaba por ball de bot en plena intemperie meteorológica sin importar lo mucho que se estaban mojando despertando el aplauso de los que les rodeaban y veían admirados, eso sí, desde la seguridad de los arcos que rodean la plaza. Era un buen inicio, sí, pero era realmente un espejismo de lo que iba a ser el resto de la velada.

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Plaça Major. Llegada la medianoche fue el momento en el que Tomeu Penya, el veterano e incombustible cantautor de Vilafranca de Bonany, tomó este escenario, donde fue cabeza de cartel, con sus grandes éxitos.

Todos los puntos del itinerario, desde el Olivar hasta Plaça de Cort, pasando por la mencionada Plaça Major y la Joan Carles I, lucían bastante desangeladas en los primeros minutos de la Revetla, y veían cómo la gente acudía a ellas con cuentagotas –nunca mejor dicho– y los valientes que se animaban a salir del calor del hogar no tardaban mucho en arrepentirse de su decisión.

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Bruno Sotos en la Plaça de Cort.

El clásico transitar de plaza en plaza había sido sustituido por intentar llegar de una a otra mojándose lo menos posible haciendo para ello lo que fuera necesario. Saltando los charcos, esquivando goteras y cobijándose en paraguas ajenos ante la permisividad de sus dueños que, todo hay que decirlo, agradecían el calor de los desconocidos porque la noche, además, era fría.

El público, no obstante, no era el único que batallaba con la lluvia, ya que los propios músicos tuvieron que afrontar problemas serios y que llevaron a parar actuaciones en la Plaça del Olivar y Joan Carles I. En esta última, Anegats hacía honor a su nombre, y detenía su actuación superados por la abundante precipitación ante un público escaso que iba vaciándose a medida que los charcos se llenaban. En principio era como una medida preventiva, según anunciaban desde Cort, aunque los rumores de que el agua había llegado a los aparatos de sonido corría como la pólvora al igual que el rumor de que la parada de la música en Tortugas iba a ser definitiva, alcanzando también al estilo indie de Dorian.

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Realidad

Y si al inicio de la Revetla las caras húmedas todavía dibujaban sonrisas, a medida que pasaban las horas la realidad, el frío y el hecho de que muchos iban calados hasta los huesos se iban imponiendo a las ganas de torrar y danzar. Muchos comentaban que el cartel no era lo suficientemente atractivo como para compensar los posibles resfriados de la semana que viene. Incluso hubo quien hizo un paralelismo entre la lluvia real y la lluvia de hombres, en referencia a la conocida canción It’s raining men de Geri Halliwell, ante el hecho de que el cartel total de las fiestas incluyen solo una mujer de 29 artistas contratados. Todo ello sumado a una precipitación que solo iba en aumento y que no hizo ni un solo ademán de amainar hizo el resto.

Lo anterior, eso sí, va más por aquellos que superan la treintena, claro, porque los más jóvenes de esa temida frontera generacional, escudados quizá en sus férreos sistemas inmunológicos, algunos todavía por estrenar, hacían frente a las circunstancias en Plaça de la Reina, la única que sí logró reunir a una gran cantidad de público.

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El DJ y padre del electrolatino Juan Magán en una noche que rozó la épica.

En ella, Carlos Peralías logró caldear el ambiente con sus versiones de éxitos de Estopa, Fito &Fitipaldis o el Canto del Loco, y dejó el terreno bien abonado –y bien húmedo, obviamente– para que el DJ y padre del electrolatino Juan Magán viviera una noche que rozó la épica por lo que la rodeaba. El catalán pudo actuar a pesar de las inclemencias del tiempo ante una mayoría de jóvenes a los que mojarse un poco les daba algo igual y que habían estado aguardando su momento en cualquier recoveco que les permitiera asirse del torrencial. De hecho, las ganas de los que fueron a ver a Magán eran tales que incluso se oyó a una chica decir: «Si no sale lo saco yo».

Energía

Un poco de esa misma energía quería imprimir David Otero al grito de «arriba los paraguas», para intentar animar al escaso público que todavía pululaba por Plaça de Cort y aledaños. El ex de El Canto del Loco no lo tuvo fácil porque el céntrico enclave de Palma era menos atractivo que cualquier portal o sotoportal cercano donde muchos se refugiaban de la incesante lluvia. Algunos, eso sí, aprovechaba para bailar en esos espacios que de pronto se habían tornado de los más cotizados de la ciudad, viéndose auténticas carreras para llegar a alguno de ellos y huir, por fin, del chaparrón.

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David Otero durante su actuación en Cort.

El Sant Sebastià alternativo de la Plaça del Quadrado también sobrevivía a duras penas. Una lona enorme protegía a los asistentes que se arremolinaban todos juntos, bien pegados entre ellos, debajo de la misma y con la necesidad, de vez en cuando, de vaciar el agua acumulada.

En resumidas cuentas, la noche de Sant Sebastià se vivió bajo un paraguas, una lona, un portal o la lluvia. Justo al llegar a la medianoche se confirmaba lo que muchos se temían: Dorian no actuaba, haciendo sucumbir a los autores de La tormenta de arena ante una tormenta de toda la vida, mientras que tanto en Plaça de la Reina, Cort y Major la música seguiría sonando, aunque fuera sin nadie para escucharla.

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Plaça de Cort. Fue uno de los escenarios que mejor aguanto el mal tiempo, con un cartel encabezado por La Guardia –sobre estas líneas–, que trató de animar la fiesta pese a todo con sus himnos de la década de los ochenta.

Masoquista

Cuando era pequeño mi madre y yo acudíamos a Sant Sebastià cada año y en todas las ocasiones que recuerdo llovía. Poco o mucho, pero alguna gota caía. Sorprendido ante tal hecho, una vez le pregunté a mi madre por qué ocurría y ella, quizá sin saber qué decir, señaló el humo que salía de las torradas y me dijo que cuando se juntaban muchas, esa humareda se convertía en nubarrones que descargaban lluvia.

A mi mente infantil le pareció razonable. Lo que no me parecía lógico era por qué salíamos cada año a torrar en masa si sabíamos que nos íbamos a mojar por nuestra propia culpa. Quizá no es tan descabellado pensando que somos quienes que cada año repetimos Sant Sebastià a pesar de tener doce meses más en el año. Y si sirve de algo, a mí me gusta así. Supongo que debo o debemos ser algo masoquistas.