Esperando turno en una tienda de Son Gotleu. | Pere Bota

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El cuarto día desde que se decretó el estado de alarma por el brote del coronavirus aporta elementos nuevos al paisaje. Por ejemplo, que los militares ya patrullan por algunas calles de la ciudad. De momento, no han pasado por las de Son Gotleu. Tampoco por su calle principal, la que lleva el nombre de Indalecio Prieto, y que el miércoles después del mediodía, ofrece un aspecto muy parecido al de un festivo con algunas tiendas abiertas de cualquier otra barriada de la ciudad.

Todo respira tranquilidad aunque la wiquipedia advierta de que «es uno de los barrios más peligrosos de España y no se recomienda entrar, a menos que vayas a comprar». José –«sí, me puedes identificar como José», precisa– lleva 15 años viviendo en Son Gotleu y desde hace dos días va a ayudar al propietario de una frutería. Se pone en la puerta para que se respeten los turnos y la gente no se acumule.

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«Que pase esto pronto», afirma, mientras alguien que dice llamarse Antonio afirma que llevaba dos días en casa y que ahora ha salido a comprar algo y se vuelve. Ha oído por ahí que, alguien ha dicho, que «los chinos ya han encontrado la vacuna».

José dice que se oye de todo y que incluso esta mañana alguien había dicho que una mujer había dicho que un policía quería ponerle una multa por no llevar máscara. Eso es mentira pero en todas las conversaciones de estos días, mentira y realidad se entremezclan. En Son Gotleu y en todas partes. Según explica José, «ahora se ve gente que va y viene a comprar pero, por la noche, no hay nadie y hay un silencio que da gusto». Y remata: «esto parece una zona residencial».

La policía pregunta

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Y es que el cierre de bares y de locales de juego parece haber suscitado un cambio en el día a día. Además de en la noche, que es a lo que se refería José, el encargado de que no entren a la vez más de tres personas.

Eso es algo que se cumple a rajatabla en otras tiendas abiertas. No hay mucha diferencia, o ninguna, con lo que está ocurriendo en eso momento en otras zonas de Palma.

Un coche camuflado de policía, con dos agentes dentro, ha pasado poco antes. Iba hacia la plaza de Miquel Dolç –que años atrás fue Teniente coronel Franco–, cruce de varias calles y con bancos para sentarse aunque, estos días no se puede. «No entiendo bien el español», responde un hombre que se ha sentado allí pero que se ha ido antes de que entre el coche policial. El coche camuflado se para ante donde estoy y, por primera vez desde que empezaron los días del estado de alarma, alguien pregunta qué hago yo en la calle. Es la hora de la primera de las careroladas pero el sonido metálico no se oye ni cerca ni lejos.

La actividad sigue, al ralentí como en cualquier otra zona de Palma, pero sigue. En una obra trabaja una persona que no lleva casco ni mascarilla. Pinta una pared. Es la hora del reparto de productos a algunas tiendas. A una que anuncia productos frescos, lo que llegan son decenas y decenas de bandejas y paquetes de plástico.

Los autobuses van y vienen medio vacíos. Hay mujeres y hombres que pasean perros, y mujeres y hombres que arrastran carritos. Una pareja lleva un carrito de bebé, aunque vacío.

También los perros son los protagonistas. E incluso se cruzan por la calle. El decreto que declaró el estado de alarma no alude a la imposibilidad de que los canes se toquen y huelan. Tampoco especifica las distancias a guardar ente ellos. Pero deberían saberlo quienes los sacan de paseo.