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La pelota está en el tejado de Pedro Sánchez. Se encuentra muy cerca de un Gobierno de unidad popular parecido al que formó Salvador Allende en los años setenta o François Mitterrand en los ochenta. Rajoy le ha dejado pasar por dos motivos. Uno quimérico, confiar en que será imposible formar este Ejecutivo de izquierdas con el apoyo catalán y sacar luego la cabeza. Y otro más lógico: A Mariano le provoca pavor presentarse en minoría ante el Congreso a tener que responder de la vergüenza Bárcenas.

En una nación con un mínimo de cultura política democrática Mariano Rajoy Brey habría dimitido de manera fulminante en agosto del 2013 cuando se conocieron sus mensajes de apoyo a su tesorero, el famoso «Luís sé fuerte». Si lo hubiera hecho, otro gallo le cantaría al PP en estos momentos. Es inconcebible en democracia ser presidente con el tesorero en la cárcel. Rajoy quiso mantenerse, amparándose en la mayoría absoluta, y ahora todo su partido paga esta omisión del deber. Y es aquel miedo el que ahora le atenaza las piernas. No puede acudir con valor al Congreso para pedirle a pecho batiente un gran pacto constitucional al PSOE. Para hacer eso hay que tener los calzoncillos limpios. Y Rajoy perdió este atributo aquel verano del 2013.

Es la hora de Pedro Sánchez. La oferta hecha por Pablo Iglesias de entrar en el Gobierno con su partido no deja lugar a dudas. Rajoy creía que Iglesias haría de CUP, liando el ovillo, haciendo de mosca cojonera, pero a la hora de la verdad el líder de Podemos ha actuado como lo que es: un leninista compacto, de manual y escolástico. Ya lo dijo Lenin: «Salvo el poder, todo es ilusión». La unión de toda la izquierda española suma 161 diputados y doce millones de votos (más numéricamente de lo que tenía Rajoy antes del 20-D).

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Si Sánchez supera las contradicciones secundarias internas de su propio partido, sobre todo por parte de la sultana de Andalucía, que aspiraba a quitarle la silla de secretario general, el pacto de unidad popular está hecho. Sánchez debe elegir entre ser un nuevo Allende (los tiempos de los pinochetazos han fenecido), encabezando a doce millones de votantes de izquierdas, o puede actuar de Alesandr Kerénsky, el líder socialdemócrata ruso de 1917 que intentó parar la llegada de los bolchviques al poder. Son ejemplos antiguos, rancios, muy diferentes a la realidad actual, pero que arrojan luz como simbólicas estrellas inmutables de hacia dónde puede ir una dinámica política, el devenir colectivo de un pueblo enfrentado a una nueva coyuntura. Si Sánchez pacta con Iglesias, entra en la historia del siglo XXI y lo sabe. Si no lo hace y busca acuerdos con un PP postRajoy y con C,s, el podemismo acabará comiéndose su partido.

Pero para que esta unidad popular alcance la mayoría absoluta con Sánchez a la cabeza falta el factor catalán. Ahí esta la clave. Una vez más en la Historia de España desde Fernando el Católico, Barcelona tiene la sartén por el mango. Los partidos hermanados en la Generalitat en Junts pel Sí, tienen 17 diputados en Madrid, más que suficientes para hacer presidente al líder del PSOE. Convergència (derechas) y Esquerra tienen un denominador común: han tenido que soportar durante años las embestidas y desprecios del PP y de la derecha mediática.

En el Madrid de Rajoy ha habido carta blanca para escupir anticatalanismo a garganta batiente. Rajoy se cargó en 2010 la reforma del Estatut pactada entre Zapatero y Mas llevando el pleito al Constitucional. Ahí comenzó el proceso soberanista. Rajoy ha cometido el inmenso error de creerse que el anticatalanismo baratero concede votos. Se ha equivocado gravemente. Nadie, sea a flor de piel o en el fondo de su alma, desprecia a un pueblo valeroso e indomable. Ahora los catalanes, sean de derechas o de izquierdas, le pasarán factura a Mariano. Ninguna sociedad ni olvida ni perdona que se lleven a su presidente al banquillo por defender sus derechos, como hizo Rajoy con Mas.

Además, para los soberanistas catalanes es mucho mejor un Gobierno de unidad popular en Madrid que otro de derecha dura y cegata. Siempre han soñado que mande en el Manzanares gente que no les pisotee. Eso engarza la unidad, no las amenazas chulescas e incultas de expulsión de Europa. Algo parecido cabe afirmar de los vascos. Se acerca el Gobierno de unidad popular (el de la unidad de España porque los catalanes se sentirán mucho más a gusto, sin esta agobiante sensación de persecución). Vienen nuevos tiempos de cambio. Fruto, sobre todo, de los catastróficos errores de Rajoy y de la intolerancia de quienes le han rodeado.