El traductor Elie Kerrigan fotografiado antes de la entrevista en Palma. | Jaume Morey

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Aunque entonces ninguno de los dos lo supiéramos, esta entrevista empezó hace más de diez años. Era pasada la medianoche en la desaparecida Posada de Bellver de El Terreno, en Palma, donde hace no mucho una promotora suiza compró el solar para hacer una villa de lujo. Aquel microcosmos nocturno solo queda en la memoria de algunos, pero fue en ese bar, que reunía a todos los personajes bohemios de la ciudad, donde por primera vez hablé con Elie Kerrigan. Eso no lo pude confirmar hasta hace unas semanas charlando con Juan Torres Blasco, que me puso en contacto con este traductor, hijo del estadounidense Anthony Kerrigan, que se instaló en Mallorca junto a Elaine, «una de las mujeres más guapas e inteligentes que hayan vivido en Palma», según el escritor José Carlos Llop. Íntimo de Camilo José Cela, el padre de Elie fue el primero en traducir al inglés a Jorge Luis Borges, pero también mejoró las traducciones de Miguel de Unamuno, Pío Baroja, José Ortega y Gasset o Pablo Neruda. Por eso el periodista cultural Josep Massot le definió como «el amigo americano de las letras españolas».

Reportero, agente literario, intento de actor y músico… Elie ha sido muchas cosas, pero siempre traductor. Cuando le propuse entrevistarle, se mostró reservado, pero accedió, hasta el punto de confesarme su mayor debilidad: «Lo que me interesa es poder nadar una hora cada día en el mar sin neopreno, esa es mi gran pasión; eso y tener zumo exprimido de granada, que es muy saludable. Las desgajo y las congelo y tengo reservas para todo el año».

De ti solamente recordaba que eras un traductor de grandes autores clásicos y de origen irlandés. ¿Quién eres realmente?
Soy el producto de un viaje que hizo mi padre en busca de sus raíces a Irlanda, y por eso nací en Dublín. Mis hermanos lo hicieron en Mallorca y mi hermana en París, porque mis padres, como para muchos norteamericanos tras la Segunda Guerra Mundial, era casi obligatorio conocer Europa y esa ciudad, concretamente. Durante mucho tiempo fui reportero, como Tintín, escribiendo reportajes por Indonesia, Filipinas, Bulgaria, Chipre, Argentina o Pakistán. Lugares lejanos en los que pude estar mucho tiempo. En Ecuador viví bastantes años, donde nació mi hija Michaela, y Vita, que es italiana, es producto de mi segundo matrimonio con mi actual mujer, que es de Roma. Ahora vivimos entre esa ciudad y Palma. Cuando fui a América por primera vez, me preguntaron de qué parte de Europa venía, y en Mallorca, era el americano. Soy hijo de la globalización. En casa hablaba inglés, francés en el colegio y castellano en la calle.

Ese amplio conocimiento de idiomas y el haber vivido en muchos países, ¿es clave para una traducción impecable?
Un idioma es una ventana a otro mundo. Al principio estaba la palabra, y la palabra era Dios, pero antes de Él estaba la palabra. La palabra es todo, es la manera en que los malos del mundo, desde Putin a los islamistas, adoctrinan cambiando la historia a su antojo. Por eso la traducción es tan importante y los italianos dicen Traduttore traditore, porque estamos en la posición de cambiar un texto. Siempre que traduces, todo lugar, nombre y cualquier detalle insignificante que leas se magnifica. Incluso con las palabras que crees entender debes saber exactamente qué significan, de todas las acepciones que tenga hay que escoger la más adecuada para afinar. El mejor traductor es el que consigue ser camaleónico, el que se puede transformar en exactamente aquello en cómo se dice algo en un idioma. Ocurre mucho con los refranes, que son verdades como templos, y que te obligan a encontrar un equivalente para traducirlo. Un gran traductor debe escribir bien, no basta con saber de gramática, hay que entender el lenguaje más allá de lo que es cognitivo. El lenguaje te tiene que entrar por los poros para ser exacto.

Destácame proyectos que hayas hecho desde que nos conociéramos aquella lejana noche.
La traducción más potente que he hecho en todo este tiempo la terminé hace un mes: Freedom behind bars (Libertad tras las rejas). Es el relato de once mujeres nicaragüenses con familia e hijos, lo cual se usó en su contra para torturarlas, y que está contada por escritores de renombre, como Sergio Ramírez. Podría ser ficción de lo macabro que es, pero es real, y eso es lo tremendo. Imagino que es como traducir Archipiélago gulag de Solzhenitsyn o relatos sobre las cárceles cubanas o las de la Rusia de Putin.

Y además de traducir, ¿qué más has hecho?
Haber trabajado durante estos años con la asociación Successió Miró ha sido una gran experiencia porque Joan Miró siempre estuvo presente en nuestra vida y ahora lo he podido conocer de una manera íntima que me ha enriquecido la existencia. Mi padre, como crítico de arte, frecuentó todos los pintores de la época, como Tàpies, Millares, Saura e incluso Picasso, al que visitó junto a Camilo José Cela en La Californie, su casa de Cannes. Allí le regaló unos dibujitos firmados que años más tarde vendió. Con ese dinero pudo comprar una casa en Banyalbufar, pero ahora no le daría ni para un garaje.

¿Cómo ha cambiado tu vida en Mallorca?
Ya no vivo en el barrio en el que nos conocimos y, en el lugar de la Posada, ahora hay un edificio de lujo para ricos. Es un signo de los tiempos. Las buganvilias y árboles que se veían al pasear por las calles de El Terreno ya no están porque los nuevos residentes han puesto muros más altos en sus casas y una cámara te observa cuando tocas al timbre. Que el mundo moderno haya llegado allí es un choque para mí. El barrio donde me crié se desintegra, pero también mi familia porque el centro vital de nuestra existencia mallorquina desapareció cuando tuvimos que vender la casa al morir mi madre.

¿En qué trabajas ahora?
Cuando no estoy traduciendo me dedico a clasificar e investigar todo el archivo que dejaron mis padres sobre su mundo, ese mundo de ayer que ya no existe, por citar a Stefan Zweig. Durante la pandemia me metí a fondo, trabajando en la iglesia de Todi, en la región italiana de Umbría. Intento ordenar el legado de 50 años de la vida de una pareja de intelectuales. Es un work in progress (trabajo en proceso).

De tu padre, alma nómada, has heredado su pasión por las letras y una identidad cosmopolita. ¿Qué me dejo?
El mundo del arte siempre estuvo presente en casa, como la música clásica y los libros, que son los pilares de la educación que recibimos. Me he apoderado de cosas de mi madre y mi padre. De él me aplico una frase que repetía: «Soy una minoría de uno». No me gusta seguir corrientes ni modas porque el signo de los tiempos siempre está equivocado y no perdura, es efímero. Prefiero llegar a mis propias conclusiones, cogiendo un poco de aquí y de allá, aunque sea contradictorio. Mi padre se llegó a definir como conservador anarquista, algo que parece paradójico. Es como el protagonista de La conciencia de Zeno, de Italo Svevo, que continuamente dice que dejará de fumar y nunca lo hace. Nos pasamos la vida planificando y luego cometemos el mismo error. La perfección no es parte de los seres humanos y toda obra de arte tiene un grado de imperfección, es lo que la hace verdadera.

¿Cómo Mallorca ha pasado de ser ese faro editorial internacional de los tiempos de tus padres al desierto actual?
Me gusta más utilizar la expresión wasteland, del poeta T.S. Eliot, que se traduce como campo baldío. En eso se ha convertido Mallorca. Hay más galerías, pero los cuadros son cada vez más feos. Los precios son astronómicos y todos se creen artistas. Los extranjeros ya no aportan nada a la cultura de la Isla. El mundo que trajeron mis padres y otros que recalaron en esta isla, como Manuel de Falla, Chopin, Bernanos o Yates, ya no existe. El Archiduque Luis Salvador no era mallorquín, pero hizo mucho más que gente de aquí y su legado perdura. Al final, ha pasado lo que en todos lados: el dinero. La dictadura económica, donde si no eres rico y famoso no eres nadie.

Tu padre tradujo al inglés a grandes escritores de lengua castellana, como Miguel de Unamuno y Jorge Luis Borges. ¿Sabes si transformó la vida de algún autor que después se hiciera famoso?
En una entrevista que le hicieron al escritor Graham Greene se podían ver las traducciones de mi padre en una estantería. Algunos autores norteamericanos descubrieron un mundo ajeno al suyo. Cuando tradujo a Borges fue a la redacción del The New Yorker y no quisieron publicarle. Le ofrecieron 600 dólares o los derechos de autor, y optó por el dinero, un error por el que siempre se maldijo.

La escritora María Dueñas, de la que tradujiste al inglés su Misión olvido, se confesó maravillada por «el poder y la magia de los traductores para trasvasar ideas e imágenes a través de las lenguas». ¿Cuánto os deben los autores, y nosotros, los lectores?
Todo, por ser modestos (ríe). ¿Quién podría leer a Dostoyevski o Flaubert? Es un oficio que siempre ha estado invisibilizado. Ahora se lucha para que el traductor aparezca en la portada del libro, y es algo que se empieza a conseguir aquí. Ha sido un trabajo mal pagado y se nos mete prisa. No aparece en ningún lado, pero es fundamental. Los autores a veces son mejores traduciendo y un libro bueno puede ser buenísimo, se puede mejorar, pero te lo puedes cargar si lo traduces mal.

¿Temes que la Inteligencia Artificial pueda acabar con vuestro oficio?
Creo que es como las drogas: hay que saber utilizarlas. Hay que saber beber alcohol, lo mismo que con la IA, se debe usar con precaución porque puede ayudar en un momento dado, pero siempre y cuando tú seas el que traduce y no la máquina. No hay que dar por hecho que todo lo que dice es correcto, hay que cotejar. La IA es una herramienta más, como Google. La labor del traductor se ampliará y tendrá que hacer de editor. Veremos a qué límites llega, pero quizás en un momento podamos oler lo que leamos o veamos en pantalla.

The New York Times publicó en 2008 un reportaje, en el que aparecías, titulado La traducción es ajena a los editores estadounidenses. ¿Siguen tan ciegos al resto del mundo?
Sí, pero es una tendencia que va a menos porque acabarán siendo totalmente bilingües. En Florida escuchas más español que inglés, incluso en Texas o ciertas zonas de Chicago. La conquista y la reconquista se dan siempre numéricamente, con gente. En este caso es un español sudamericano, especialmente mexicano. Rosalía mezcla español e inglés, como muchos raperos, pero es algo que ya hacía Ricky Martin. El mundo cada vez es más pequeño por la globalización.

Para acabar: ¿Qué libro ha marcado tu vida?
Los hermanos Karamazov. Los rusos son mis preferidos. Dovstoieski es el que más me gusta, pero también los poetas Pushkin y Lermontov. James Joyce es otro que me encanta. Como ves, solo leo libros de autores muertos.