Juan (nombre ficticio), durante la entrevista. | Jaume Morey

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Imagínense que un día tiene 24 horas y diecisiete las emplean para hacer planes. Primero quedan con un grupo de personas, luego con otro. Por la tarde y noche, dos planes más. Todo organizado, para empalmar un plan con otro. Imagínense ahora que esto no es algo aislado, sino que es algo rutinario. Incluso más: piensen que si no llegan, entran en una terrible ansiedad.

Juan (nombre ficticio), de 41 años, es un caso extremo de FOMO (Fear Of Missing Out). Mientras que la vida para la mayoría de personas transcurre en ir al trabajo entre semana y dedicar el resto de horas a la familia, el ocio, el hogar o hacer alguna actividad física y algunas escapadas durante el año, para otras como este mallorquín es mucho más rápida y completa y te lleva hacia un límite de planes sociales. Veinticuatro/siete.

«Los sábados es cuanto más necesito socializar. Si me pierdo algo, es como una putada, como si perdiera un elemento de mi vida», expone Juan, que lleva unos años en terapia para solucionar este tipo de trastorno. «Mi mente me dice que vaya a todos los planes; mi cuerpo, lo contrario. Sin embargo, cuando escucho a amigos decir «me quedo en casa», me llama la atención», confiesa. De esto último ha podido comprender que mientras unos pueden estar en casa «sin hacer nada», a él le cuesta.

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Este tipo de personas necesitan constantemente estímulos externos. Por eso asegura que mata sus ratos libres mirando Instagram u otras redes sociales. «Siempre veo lo de fuera para no sentir mi ansiedad», reconoce. Esta entrevista se convierte en un espacio para hablar de emociones. Porque el FOMO es eso: «Creo que me viene de la ansiedad, la inseguridad y falta de autoestima, como si necesitara llenar los vacíos internos. Mi tiempo lo cubro con amigos». Cada día me repito «el que mucho abarca, poco aprieta» y me digo que no puedo estar en todos los sitios. A veces hay gente que me dice que no paro, y sí, me molesta (a veces). Lo que intento es aprender de lo que me incomoda, pues me hacen de espejo. Desde que voy a terapia he reducido mi ansiedad. A veces me sorprende, sí, pero me funciona repetirme que no pasa nada si pierdo un plan social».

La palabra FOMO la descubrió hace poco en redes sociales. «Ahora está de moda», dice. Las plataformas para gente con esta patología pueden ser un veneno: «Siempre me comparo con los demás, y eso alimenta la idea de que si una persona está en un plan molón, yo debería estar».
Juan destaca que su adolescencia fue tranquila, pero sí recuerda que necesitaba mucho el contacto social. «Quizá de pequeño tuve ansiedad, era un niño sensible en ese momento, y quizá de ahí venía mi dependencia con los amigos». A partir de los 20 años todo se fue intensificando. Primero, el Erasmus. Después, Madrid y, finalmente, Estados Unidos.

«El primer día que no hice nada fue días antes de esta entrevista. No es que no me guste estar solo, a veces lo necesito», afirma. Ese «no hice nada», no es así del todo, pero es un enorme paso. Juan explica que el «no hacer nada» significó estar todo el día en casa pero con un plan por la noche. «Normalmente, necesito uno o dos planes al día para estar tranquilo, sobre todo por las noches, que es cuando más me puede venir la angustia».

A Juan, su gato le ha ayudado mucho a conectar más consigo mismo. Pero sin duda, destaca que superar el FOMO se puede (con terapia) y compartiendo con el entorno el problema. «Recomiendo terapia y un buen grupo de amigos. Y repetir mantras», asegura.