Gemma Domínguez, junto a Vanesa Mota y su hija Joana Mato, abrazadas. Hoy en día, la relación es muy buena en esta casa. | Pilar Pellicer

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«Cuando te ves desesperada, como madre, y se te acaban todas las balas, cualquier ayuda profesional te puede salvar». Es probable que este fuera uno de los peores momentos de su vida. Vanesa Mota es madre de dos niñas, pero aquí solo hablará de la protagonista de esta historia de amor-odio que acabó en final feliz.

Todo empezó cuando su hija Joana Mato, que hoy tiene 19 años, era todavía una adolescente de 16 años. Dice su madre que nunca había sido tan conflictiva hasta que empezó a juntarse con malas influencias. «Nunca hacía caso. Recuerdo un día estar durmiendo en el sofá esperándola porque no aparecía por casa. También me entristecía mucho que no acudiera a clase. Estaba tan triste y tan cansada a la vez...», expresa.

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Joana iba al colegio de La Salle, centro que intentó ayudar a esta familia desde el primer momento. «Los profesores me recomendaron que fuera al servicio de menores del IMAS. Mi última opción era llevarla a un reformatorio», asegura. Pero sonó la campana. Le recomendaron una formación del Centro d’Atenció Integral a la Familia (CAIF). Ahí entró en escena Gemma Domínguez, educadora social que hace intervenciones directas dentro del entorno familiar. Ha sido una especie de «hermana mayor» de muchos adolescentes de entre 12 y 17 años que han acudido a este centro junto a sus padres para mejorar la relación y la comunicación.

Gemma, quien ha seguido con atención la relación de Vanesa y Joana durante cuatro meses, aclara que este tipo de situaciones extremas son más comunes de las que nos imaginamos, y más cuando se trata de una familia monoparental, como es este caso.

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«Es un caso de maltrato filioparental de Joana hacia su madre. Esto lo han tenido que entender para poder avanzar. Para un padre o madre, este tipo de situación puede generar desde baja autoestima hasta pensamientos de «soy mala madre o mal padre», y un torbellino de emociones muy duras», apunta la educadora.

Vanesa tuvo que aprender algo que jamás olvidará, y que precisamente le ha ayudado a avanzar con creces en la relación con su hija. Es el hecho de no entrar en el conflicto o a contestaciones inapropiadas. «Gemma, para Joana, ha sido una referente», expresa Vanesa. Durante esos duros meses, esta madre relata situaciones límite, desde denuncias hasta lo más doloroso: la indiferencia hacia una madre.

Joana Mato está presente en esta entrevista. Estudió una formación profesional de sociosanitaria, quiere empezar ahora Integración Social y acabar en la universidad. «Que quiera hacer esto era algo impensable en el pasado», añade su madre, hoy en día orgullosa de su hija.

Peleas constantes

«Cuando mi madre me dijo que haríamos esta formación, me volví loca –admite Joana–. Primero pensaba que entraría en un centro de menores. Pero cuando la intervención con Gemma evolucionaba vi el cambio en mí. Mi relación con mi madre se basaba en peleas constantes, todo porque no quería entrar en razón, no quería ver las cosas y no quería ver a mi madre. Era impulsiva; era de pensar, soltarlo y, si eso, pegar un puñetazo en la pared de la rabia. Ahora no hago eso, pienso las cosas dos veces. Veo a mi madre como una mujer especial, siempre me ha querido llevar por el buen camino y yo no quería verlo en ese momento».

Vanesa comparte el primer momento en que notó que la relación estaba cambiando: «Fue una mañana. Yo estaba muy mal, tenía mala cara y mi hija se puso a imitarme. Yo pensaba: «¡Pero qué egoísta es!», y de verme así, me cogió y me dio abrazó. Esa fue la primera vez».

Una intervención, como la de Vanesa y Joana, puede durar hasta dos años, según agrega la educadora Gemma Domínguez. Dice que lo fundamental es crear un vínculo con el menor, y es en ese momento cuando empieza la confianza y, por ello, la sanación.