Ahmed Chaoui tiene 47 años. | ANASS BARNIZHOU

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Ahmed Chaoui tiene 47 años y es originario de Tánger. Llegó a Mallorca en el año 2000 para quedarse con su padre, quien llevaba varios años residiendo en la Isla. Ahmed se adaptó sin problema y encontró trabajo. Los primeros años estuvo de albañil, luego se metió a trabajar en un concesionario. En 2011 abrió un local, la Cafetería Florencia, que traspasó a los tres años. Ahora es fijo en el Hospital Son Espases donde trabaja en el área de mantenimiento.

Su vida, dice, «está en Mallorca». «Hacía 14 años que no volvía a Marruecos. La muerte de mi padre me afectó y no pude regresar más». Hasta ahora, porque asegura que la Fundación EuroÁfrica «me propuso la semana pasada viajar con parte del material donado. Al principio, me opuse, pero al final dije que sí por el terremoto. Todo lo que prometo, lo cumplo», apunta.

Reencuentro familiar

El pasado viernes, Ahmed viajó con cuatro toneladas de material para destinar a las familias afectadas por el terremoto en Marruecos. Se sintió extraño, de hecho asegura que cuando llegó a Tánger, donde pasó una semana para ver a su familia, no se acordaba dónde estaba ubicada su casa de la infancia. Allí le esperaba su madre, a la que no veía desde hacía 14 años, y sus seis hermanos.

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«La primera impresión fue dura», confiesa, pero enseguida se relajó. Llevó una maleta repleta de regalos. Este pasado viernes viajó en tren hasta Rabat, cargado con toda la mercancía, para recibir al grupo de mallorquines que llegó esa misma noche para empezar la distribución junto con las asociaciones Kolna Maak y la Fundación EuroÁfrica a los pueblos más remotos del Alto Atlas.

Una vez allí, se puso manos a la obra. Empezó a unir tablones de madera. «Tuve que levantar a todos de la silla. Les veía abatidos, pero les dije que si estamos aquí es para colaborar. Que sé que han perdido sus trabajos y casas, pero ahora tienen la oportunidad de construir rápido estas casetas». Así de contundente explica cómo fue la primera impresión cuando se puso a colaboración en el levantamiento de las casetas provisionales que se están instalando desde el sábado en la aldea remota de Jorf, uno de los puntos más devastados tras el paso del seísmo. «Me he sentido ayudando a hermanos, que no son de padre pero casi de sangre. Cuando ves a esta gente afectada, uno se emociona mucho por dentro. Este tipo de trabajos sé hacerlo y por eso estoy aquí», menciona Ahmed. Asombrado por lo que vio en su primer día recorriendo las zonas más afectadas, intentó conocer de primera mano a las familias que han sufrido las consecuencias. «Mira cómo se ha quedado este baño, mira», señala con ímpetu para que el grupo se percate de los destrozos.

Ahmed volvió este lunes a Palma, pero asegura que su corazón permanecerá en Marruecos. No quita la vista de la gente, «mis hermanos», repite, y de toda la ayuda que necesitan. Sobre todo porque el frío acecha y muchas de estas familias duermen en la intemperie. «Volveré», dice.