Macoumba, el sastre de la Soledad, en su local. | M. À. Cañellas

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Cuando Macoumba Gaye, de 50 años, era todavía adolescente acudía a diario a un modista enfrente de su casa en Dakar, Senegal. «No tenía ni idea de nada, pero iba aprendiendo poco a poco a diseñar, cortar y arreglar ropa», recuerda. Dice que cosía lentamente y le resultaba difícil. A Macoumba le gustaba este oficio desde pequeño y cuando cogió práctica, empezó a diseñar toda la ropa de su familia. Así estuvo diez años e incluso consiguió montar su propio negocio: en su casa familiar con una máquina de coser de las de siempre.

Su historia está llena de sacrificios, superación, peligrosidad y éxitos, desde pasar calamidades, jugarse la vida como mantero a, finalmente, verse como empresario. A Mallorca llegó hace 15 años y su proceso hasta conseguir su legalidad fue lento. El pasado mes de diciembre, Macoumba abrió su pequeña sastrería en La Soledat. Le conocen como el sastre del barrio. Le verán trabajar todos los días, de lunes a domingo, en su pequeño local donde «confecciono, arreglo camisas de tela africana y las vendo», dice, orgulloso. Pero para llegar hasta este momento, hay que retroceder más de veinte años atrás.

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Su vida dio un giro cuando decidió salir de África en busca de un futuro más prometedor. Ante todo, quería ser sastre y en ese momento, en la década de los 90, no tenía tanto trabajo como esperaba y la pobreza era una realidad en su entorno. Decidió hacer las maletas y marchó a Milán (Italia). Allí tenía a un tío y a su hermano, quienes le acogieron. «Sin papeles, no podía trabajar de nada, por lo tanto estuve durante años haciendo trabajos ilegales». Sin embargo, nunca ha dejado su oficio. En Italia, arreglaba ropa aunque fuera de forma clandestina, fue su aprendizaje. No recuerda cuánto tiempo estuvo en Milán, pero fueron «unos cuantos», hasta que se mudó a Mallorca directamente. Aquí tenía conocidos pero reconoce que «me costó integrarme por el idioma».

De mantero a empresario

Macoumba fue mantero, como muchos otros senegaleses que se ven obligados a dedicarse a la venta ambulante por las dificultades que tienen al llegar a la Isla. «Estuve poco tiempo. Un día me dije a mí mismo que no quería esto más, era peligroso. Así que me puse a buscar y encontré trabajo en una empresa del Polígono Son Castelló. Allí estuve cuatro años, pero he trabajado también en una tienda y, al final, en otra de sastre. Conseguí muy rápido los papeles y pude ahorrar para montar mi negocio. Estoy muy orgulloso de lo que he conseguido», apostilla.

Sobre la venta ambulante, reconoce que para los senegaleses «es muy complicado buscar trabajo, primero por el idioma y segundo porque no hay trabajo. Tienen miedo, pero yo les diría a los que están vendiendo en la calle que luchen cada día, que no dejen de buscar otras opciones. Al final, se consigue».