El sacerdote Serge Ndayisaba ha sido párroco durante muchos años en Yaundé, la capital de Camerún. Allí ha realizado numerosos proyectos, como pozos de agua. En la imagen, orando con los trabajadores tras finalizar el acceso al agua potable.

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Apenas tenía dos años cuando Serge Ndayisaba (Burundi, 1966) estuvo en contacto con los primeros mercedarios. Por aquel entonces, él ya creía en Dios. Vivía en una ciudad denominada Ngozi, pero estaba a una hora y media de su escuela. Estos mercedarios empezaron a desarrollar proyectos en su ciudad, desde dispensarios hasta escuelas. También promocionaron la costura entre las mujeres, y, para Serge, lo más importante: un pozo de agua potable. Un día, se acercó a uno y le dijo: «¿Cómo una persona blanca puede amar a una persona negra? De mayor, voy a ser como vosotros».

De esa escena han pasado 55 años y hoy Serge es un mercedario de vocación, ha sido vicario y es miembro de la orden mercedaria en Santiago de Compostela. Desde 2018, además, es consejero del Capítulo Provincial, un cargo que se suele renovar cada tres años pero en su caso –por la COVID– se alargará hasta 2026. Actualmente, gestiona los proyectos que se desarrollan en Camerún, país donde ha estado como misionero durante largos años.

Allí hay un centro sanitario, una oftalmología, pozos de agua construidos y un proyecto agrícola. Desde 2019, Manos Unidas colabora con Serge Ndayisaba apoyando los proyectos. Por eso ha estado en Mallorca estos días, invitado por la propia ONG por el lanzamiento de la campaña anual, que se presenta hoy, cuyo lema es 'Frenar las desigualdades está en tus manos'. «No me imagino ahora mismo la vida sin fe. Lo mejor que me ha dado es saber que Dios existe y me ama», dice con orgullo este sacerdote, el único de su familia a pesar de que son ocho hermanos.

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Serge Ndayisaba, en la Diócesis de Mallorca. FOTO: PERE BOTA

Misiones

Serge Ndayisaba tuvo una época en la que fue profesor, pues cuando finalizaba el Seminario Menor, con 15 años, los mercedarios fueron expulsados de Burundi. Así estuvo unos años hasta 1990, cuando, a través de la radio, supo que había mercedarios en Ruanda. No lo dudó: «Esa misma noche quise continuar con los estudios religiosos y me fui para allá». Pasaron unos años hasta que pudo ordenarse como sacerdote en 2001, en Camerún, país donde ha sido misionero muchos años. Era el párroco de una iglesia de Yaundé, la capital del país.

Desde entonces, ha sido toda una influencia para los habitantes, para la construcción de colegios, pozos de agua potable y mejoras para las zonas rurales. «La misión continúa en mí, aunque ahora gestione proyectos desde Madrid. Lo más bonito de ser misionero es dar a los demás y sacrificarte. Dar la vida por el otro y amarlo hasta la muerte».