El forense palmesano, durante la entrevista con este periódico, el viernes. | Alejandro Sepúlveda

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Llega a la entrevista con un libro del líder espiritual Osho entre las manos. El autor de El arte de morir le viene como anillo al dedo a Javier Alarcón, que por algo es médico forense y en sus treinta años de ejercicio profesional ha visto miles de difuntos. En todos los estados y formas imaginables. Pese a todo, no se considera supersticioso, aunque confiesa una manía: «Cuando me hacen fotos no miro a la cámara, porque atrapa el alma».

Siempre pasea con un libro. ¿Realmente los lee o es atrezzo?
—Es atrezzo, por supuesto (se ríe). El libro, para mí, es un compañero y un instrumento de placer. Sirve para estar contigo mismo y recrearte. Tengo una manía, por cierto: marco los vértices de las páginas donde hay párrafos que me interesan. Si el libro tiene muchas páginas dobladas, es que es bueno.

Es casi un hombre orquesta: forense, profesor de la UIB, articulista...
—El mérito de que sea profesor asociado de la UIB es del decano de la Facultad de Medicina, Miquel Roca, porque yo antes había sido crítico con este proyecto pero él, siempre generoso, me llamó para que impartiera las clases de Medicina Legal y Toxicología Forense.

¿Cuántos muertos ha visto?
—Buena pregunta. Pues mire, si tenemos en cuenta que comencé en el año 91 y calculo que he hecho ciento y pico autopsias cada año y muchos levantamientos de cadáveres, entonces habré visto miles de fallecidos.

¿Le sigue afectando?
—Por supuesto, estar frente a frente con una persona muerta me conmueve. Siento dolor y tristeza. Si voy a un levantamiento de un señor que se ha ahorcado está la familia: su mujer, sus hijos... Que sufren y están desolados. Todo esto te afecta, lógicamente. Sin embargo, mi cometido es técnico, debo ser profesional. Soy un auxiliar de la Administración de Justicia.

¿Cómo reaccionan las familias cuando llega a la casa del difunto?
—Hay de todo. En general respetan lo que hago. Recuerdo un caso en el que un señor me ofreció dinero por cambiar la causa de la muerte de su hijo, que había muerto por sobredosis de droga. No quería que la familia política se enterara. «¿Cuánto me costaría que sea una muerte natural?», me preguntó.

¿Qué es más determinante, la primera inspección del fallecido in situ o la autopsia del día siguiente?
—Son complementarios. Las dos caras de una misma moneda. Con todo, mis casos preferidos son siempre los que en el levantamiento del cadáver estás convencido de que ha ocurrido algo y luego la autopsia lo desmiente. Es decir, te desmiente a ti mismo. Es espectacular. Convencerte a ti mismo cuando estás convencido sobre algo es lo más difícil.

Le habrá pasado de todo.
—No se lo puede imaginar. En una ocasión, cuando empezaba, hace muchos años, me llamaron porque se había quitado la vida un señor y al llegar el agente que lo custodiaba le cogió un cigarrillo. Le llamé la atención y me dijo: «Joder, si él ya no lo necesita». Eran otros tiempos, ahora sería impensable. También recuerdo otra que siempre cuento. Pero tiene que publicarla.

Por supuesto.
—Hace más de 20 años fui con una comisión judicial a un crimen en una finca de Artà. Allí, de repente, descubrí a dos periodistas que se nos habían adelantado y estaban escondidos en un cuarto, escuchándolo todo. Erais Alejandro Sepúlveda y tú. Por cierto, me debéis una porque no os denuncié (se ríe).

¿Se lleva mejor con la Policía Nacional o con la Guardia Civil?
—Elijo al miembro frente al cuerpo, al individuo frente a la organización. De todas formas, las relaciones son magníficas con ambas instituciones y trabajamos juntos para intentar ayudar a la Administración de Justicia entre todos. En ocasiones, por la propia naturaleza de cada cuerpo, es más fácil tratar con la Policía Nacional que con la Guardia Civil, pero hay unas relaciones excelentes con todos.

¿Existe el crimen perfecto?
—La pregunta es: ¿ése es el que no llega a conocerse? Siempre ha habido en toda la historia y seguirá habiéndolos. Pero tanto si el crimen está muy planificado o no, suele tener una solución. Puede simularse o disimularse, pero es difícil que hoy en día pase desapercibido. Hay violencia en todas partes: en la política, en la economía, en la juventud, en las redes sociales, en los medios de comunicación, sobre la mujer... Exportamos violencia. Pero siempre se deja una huella.

¿Las nuevas tecnologías cambian la investigación de un delito?
—Hoy en día cualquier persona tiene miles de fotos en su móvil, por eso cuando detenemos a un agresor sexual lo primero que se hace es quitarle el teléfono. Ahora mismo es el primer modus operandi contra los agresores sexuales. Es como antes el asesino fetichista que guardaba las prendas de la víctima. Ese elemento casi fetichista está ahora dentro del móvil.

Fue jefe de gabinete de Aina Castillo en el Govern de Jaume Matas y nunca ha escondido su ideología. ¿Quién ganará las autonómicas?
—Creo que Baleares no es lugar para el populismo. Es tierra de emprendedores, de gente que se ha buscado la vida. Tenemos los mayores hoteleros, grandísimos empresarios, los mejores deportistas... Inocular el veneno populista de que viene alguien a salvarte no cuadra con nuestro espíritu. Ocho años de populismo es suficiente. Baleares necesita un cambio y creo que lo habrá.

Suena como director de la televisión autonómica si gana el PP.
—Lo he escuchado, debe ser porque hay gente que me quiere mal. El actual director creo que se lo merecería. Él sabrá entender el mensaje. ¿Podría serlo sólo media hora? Le aseguro que solo dejaría los programas de cocina.