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Siete días después del desastroso estreno del carril Bus-CAOS, destinado a colapsar aún más la entrada a Palma por la autopista del aeropuerto y torturar al sufrido conductor, el conseller insular Iván Sevillano, artífice de la genial ocurrencia, ha tenido que recular públicamente. Como hacen los políticos, de forma ambigua, casi como haciéndonos un favor. Eufemismos al margen, y se mire como se mire, se antoja una capitulación en toda regla. Una claudicación relámpago, como la caída de Singapur en 1942.

Esta tarde nuestras autoridades, ante el clamor ciudadano, han anunciado que la línea discontinua se alargará para «facilitar» la salida del carril y que los últimos 350 metros, por los que solo podían circular autobuses, se abrirán ahora a taxis y motos. Por último, pedirán al Ajuntament aumentar la frecuencia semafórica en la entrada a la capital para evitar el colapso. Toda una batería de medidas urgentes solo una semana después de la última travesura de Sevillano. Y que, de seguir el caos en el carril, podría no ser la última modificación.

Lo más curioso es que el político ha anunciado que «como siempre hemos hecho», los cambios se han llevado a cabo tras «escuchar a todos los sectores implicados». Quizás se olvidó de la opinión de algunos miles de conductores que transitan, a diario, por aquella vía. Que antes ya estaba saturada y ahora es como una autopista de salida en un holocausto zombi. Aunque también es verdad que un despiste lo puede tener cualquiera.