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En 1964 un genio llamado Stanley Kubrick dirigió una película genial: 'Teléfono rojo, volamos a Moscú'. En plena guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, la cinta es una sátira atroz del militarismo y, sobre todo, de lo absurdo de la guerra. El guión, tan novedoso en aquella época, se centra en un general chiflado que quiere ordenar un ataque preventivo contra la URSS, apretando el botón rojo. El filme le valió a Kubrick su primera nominación al Óscar. Después, llegaron obras maestras como 'La naranja mecánica', 'El resplandor' o 'La chaqueta metálica'. Pero aquella película sesentera desternillante, y también inquietante, resulta que ha envejecido estupendamente. Tanto, que la podría volver a rodar ahora, sesenta años después, y estaría de rigurosa actualidad. En este caso, con las tornas cambiadas y con Putin de general chiflado, que flirtea con el botón atómico. Y sueña con hongos nucleares erigiéndose sobre Jersón o Zaporiyia, aquellas tierras ucranianas impías que hay que desatanizar antes de reincorpolarlas al imperio. Un comentario atribuido a Albert Einsten, que del tema nuclear algo sabía, concluía que «no sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras». Es decir, que todo quedaría devastado por las bombas, pero el hombre -en su estupidez suprema- lo intentaría una última vez. Que nunca es tarde para aniquilarnos. En 2022, en la segunda guerra fría, elucubrar sobre ataques tácticos nucleares resulta tan ridículo como aquel general enloquecido de 'Teléfono rojo, volamos a Moscú'. O como el botón nuclear del maletín de Putín, que no es rojo sino blanco.