Sara Guitérrez-Marcet, en el Centro de Control de Enaire. | M. À. Cañellas

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Ser controladora aérea estaba dentro de los planes de Sara Gutiérrez-Marcet (Madrid, 1987) cuando todavía era una adolescente. A diferencia de muchos, no tiene ningún familiar en esta profesión. Ella misma, husmeando por internet con tan solo 15 años, debido a su obsesión por los aviones, llegó a este oficio que tanto admira. El control aéreo es «un gran desconocido» por la población. Sara ha vivido mucho tiempo fuera de España por el trabajo de su padre. «Vivía dentro de un avión» y esto le llevó a obsesionarse por estos gigantes aéreos. Desde bien pequeña, se imaginaba que un controlador «era la persona que guiaba en la pista a los aviones con banderitas». Para los hijos de Sara, ella y su marido –también controlador– «trabajamos en la Patrulla Canina», bromea, porque todavía es difícil de explicárselo bien.

Sara es una de los 200 controladores aéreos de Enaire en Baleares. Llegó a Palma en 2018. Su primera formación no tiene nada que ver con este mundo. Hizo la carrera de Economía. Luego, se formaría poco a poco en el Control Aéreo, primero con el Curso de Torre en la academia Senasa, en Madrid, que duró diez meses. Sus primeras pinceladas en esta profesión fue en una empresa privada. Se tuvo que mudar a Sevilla. Más tarde, una vez aprobó la oposición para Enaire en 2016, realizó la especialización de Aproximación y Ruta, que fueron otros diez meses.   

El día a día

Lo de Sara es vocacional: «Me gustaría jubilarme con los casos puestos y acabar mi trayectoria profesional siendo aproximadora», confiesa casi sin pestañear. Lo de no pestañear quizá sea lo más característico de estos profesionales. No retiran los ojos de los monitores, la concentración es máxima. No hay móviles, tampoco hay despistaos. Por ley, están obligados a «no trabajar más de dos horas seguidas y con descansos de 30 minutos.  Se reparten la jornada así: cinco días trabajando y tres días librando, con turnos de mañana y noche (madrugada). «Cuando empiezas el día, sabes que tienes que estar descansada, recibes instrucciones todo el rato sobre las cosas que van pasando. El supervisor nos refresca las noticias a medida que pasa el tiempo».

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Un día normal es que «todo vaya rodado. Sigue siendo estresante, sí, pero normal, porque luego hay días de tormenta, retrasos o problemas colaterales como el cierre de un aeropuerto. Entonces nos vemos todos afectados. Esos días acarreamos un nivel des estrés bastante alto», confiesa. Para un controlador, el trabajo en equipo es «fundamental» en cualquier zona de trabajo. Estos profesionales pueden estar en distintas áreas de control. Sara, por ejemplo, está en Torre de Control. Su principal función, explica, es «controlar todo visualmente. Utilizamos pantallas que nos ayudan a ello, pero todo es visual». En definitiva, actúan desde que dan autorización para iniciar el recorrido por pista hasta despegar. Luego es el aproximador (de salida y llegada) quien asume la responsabilidad desde que el avión despega y se dirige hacia su aerovía correspondiente hasta que el avión está en fase de llegada. Esta es la operación más compleja de todo el control. También es la función preferida de Sara y a lo que aspira convertirse.

Finalmente, el papel del rutero se centra en acompañar al avión a su destino una vez está a un nivel establecido hasta que comience el descenso (que cogerá de nuevo ese papel un aproximador de llegada). En el Centro de Control de Palma trabajan un total de 50 controladores. Por áreas o funciones, pueden trabajar a la vez entre cinco y siete compañeros, dependiendo siempre de lo complicado que se muestre el día. Un controlador se caracteriza por tres sinónimos, según Sara: eficiente, responsable y seguro. Hay situaciones complejas, como las que vio en Sevilla, con el accidente del Airbus A300M, en 2015.

«Ese día yo no estaba en frecuencia, pero vi cómo afectó este hecho a mis compañeros. Necesitaron ayuda psicológica y todos lo vivimos muy de cerca». Con ello explica que los controladores cuentan con cursos para manejar el estrés, aparte de apoyo psicológico cuando lo necesiten. Sara, de momento, no ha utilizado este servicio. Lo más complicado para ella es el estrés. «Si no te gusta la profesión, lo pasarás mal», subraya. No se queja del salario, asume que «esto está bien pagado, pero se debería saber que detrás de ello hay una gran responsabilidad». Cada vez son más mujeres y lo relaciona con que se está visibilizando más esta profesión.    Y para aquellos que critican su oficio les diría: «Informaros». Sara sueña con mudarse pronto a Madrid con su familia. También verse con los cascos puesto como aproximadora.