No hay que extrañarse por cómo nos comportamos con el resto del mundo, si en casa tenemos problemas para gestionar nuestras propias colas. | DADO RUVIC

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Más de la mitad de los israelitas ya están vacunados. Su número de contagios cayó de quince a cinco mil apenas el efecto de las vacunas comenzó a sentirse. Esto es un problema para nuestros gobiernos a los que podemos preguntar, con razón, «¿por qué ustedes no han velado por nuestra salud como los israelitas y nos han vacunado a tiempo?». Es decir, los primeros.

Esta es la pregunta que todo el mundo tendrá en mente desde hoy hasta que acabe la vacunación, sea cuando sea que esto ocurra. Los muertos, a partir de ahora, podrán atribuirse a la incompetencia de alguna autoridad, a determinar, porque todas van a intentar escabullirse de este desastre. Por eso Baleares acusa a Madrid, Madrid a Bruselas y la Comisión señala con el dedo a los laboratorios porque no se atreve a acusar más que veladamente a Boris Johnson. Interesa más de dónde huyen que hacia dónde apuntan.

Hace apenas un mes, mientras ningún laboratorio disponía de vacunas, nadie tenía prisa. Incluso se especulaba con que mucha gente no se vacunara. Sin embargo, la noticia del 27 de noviembre pasado, de que los laboratorios Pfizer-BioNTech habían concluido con éxito los experimentos con su vacuna, cambió todo radicalmente. Hasta ese día todo el mundo hablaba de solidaridad con los demás, pero desde esa fecha hay carreras para ser los primeros.

Como habrán comprobado, algunos gobiernos han sacado el talonario y listo: Israel, Estados Unidos, Gran Bretaña, Emiratos, Europa, Canadá, Singapur o Japón no se han ido por las ramas, comprando hasta cinco vacunas para cada uno de sus ciudadanos. Incluso se han permitido crear una organización que gestione los restos, porque Covax es eso, el uso de las vacunas que no serán usadas en los países ricos porque han comprado demasiadas.

Estos días, la viñeta de humor (?) de la contraportada de este periódico mostraba a un grupo de negros, supuestamente reunidos en su país, donde uno preguntaba a los otros si sabían cómo iba lo de las vacunas, y otro le responde «¿qué es una vacuna?». Resume exactamente de qué hablamos: mientras los ricos nos peleamos porque yo quiero ser el primero, en África, en parte de Asia, en Latinoamérica e incluso en algunos lugares de la Europa no comunitaria, no tienen ni número en la cola de los restos.

Observen cómo la Comisión Europea se ha enfadado mucho sugiriendo que las vacunas que se fabrican en el continente estaban yendo fuera (en realidad quería decir al Reino Unido), porque son nuestras y de nadie más que nuestras; vean cómo los británicos no se dan por aludidos y no ceden ni una de las vacunas que han comprado; observen cómo en Israel no han dudado en ir a la suya, vacunarse y una vez sin riesgos ya veremos; y en Estados Unidos hasta la vicepresidenta ya ha sido vacunada, porque tiene más riesgo que todos los viejos del resto del mundo.

Nada de esto nos impedirá, como países ricos, cacarear sobre la solidaridad, la necesidad de ayudar a los pobres, nuestra tremenda compasión por lo mal que están en Sudamérica. Pero, por el momento que se conformen con las ‘goticas milagrosas’ que les ha recomendado Nicolás Maduro. Aquí en Europa seguiremos enviando intelectuales bien pagados a perorar sobre la justicia y la equidad, por lo que nos tenemos que vacunar ya. Siempre con los pobres, pero sin los pobres.

Nadie ha reparado que Europa, en sus contratos con los laboratorios, exigiera que las vacunas sean producidas en el continente. Los experimentos sobre la eficacia de las vacunas sí se pudieron hacer en África, Asia o América, pero la fabricación queremos que sea aquí, que nos da ‘repelús’ ponernos una vacuna india. AstraZeneca dispone de vacunas fabricadas en India, que está vendiendo en Brasil; a Argentina llegan vacunas de Corea, pero en Europa no podemos correr riesgos. ¡Hay pieles y pieles!

No hay que extrañarse por cómo nos comportamos con el resto del mundo si dentro de casa tenemos problemas para controlar nuestras propias colas. Todas las autonomías españolas sospechan de que Sánchez barre para los suyos. «Oye, Sánchez, que yo necesito más vacunas porque me juego más que los otros», decimos algunos, con la razón que se deduce de observar nuestro ombligo.

El mismo comportamiento llega al polideportivo donde están las jeringuillas: no porque sea parte de la naturaleza humana es menos triste ver cómo el miedo nos convence de que nos merecemos las primeras vacunas. Es como si quienes tienen más siempre quieren más. Les sugiero que sigan a los que más se enfadan con los que se cuelan, porque esos suelen ser los primeros en arrojarse al camión de las vacunas, si nos descuidamos.