La presidenta Armengol y, en segundo término, la ministra Díaz. | Jaume Morey

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En el último minuto, cuando ya prácticamente no quedaba tiempo, tras varios meses de negociaciones, Gobierno, sindicatos y patronales aprobaron una extensión del régimen de Ertes, que permitirá que las empresas que se han quedado sin actividad por el coronavirus, puedan sobrevivir. El Estado se seguirá haciendo cargo de las retribuciones de los trabajadores, también de los fijos discontinuos y de los autónomos.

La ministra Díaz, la presidenta Armengol y el conseller Negueruela se congratularon; las patronales mostraron su satisfacción por el acuerdo; los sindicatos aplaudieron el éxito del diálogo. O sea, todos están de acuerdo, todos celebran.

Y a mí se me queda cara de tonto. Si todos están de acuerdo, si a todo el mundo le parece bien esta extensión de los Ertes, ¿por qué han estado negociando tanto tiempo? Si todos están a favor, ¿debemos pensar que nadie se oponía? Una negociación significa que hay discrepancias, que alguien se opone, y sin embargo, esa oposición ha desaparecido misteriosamente. Ahora, en el momento de la firma, todos estaban de acuerdo. Estando las tres partes del mismo lado, a mí me da la impresión de que tardaron varios meses en llegar a un acuerdo porque el folio se resistía a que sobre él se registrara el consenso, o quizás era el bolígrafo quien se oponía.

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Esta negociación y la forma en la que los políticos presentan sus resultados es un gravísimo síntoma de cómo está nuestra sociedad, de cómo la manipulación y el engaño se han instalado para quedarse. ¿Transparencia? Pero si ni siquiera nos cuentan quién se oponía a esta extensión de los Ertes; si no nos cuentan ni las posturas que defendían, si no podemos saber quién ha cedido ni cuánto.

A mí me ofende que la presidenta del Govern nos diga que «por primera vez en la historia se aprueba una prestación específica para el colectivo de los fijos discontinuos. Es una apuesta del Estado en favor de la protección de estos trabajadores que son tan relevantes para la economía de Baleares». Me ofende porque es evidente que miente. Y miente porque al Estado, a la ministra Díaz, a Podemos, al gobierno de Sánchez, nada le provoca más repugnancia que este acuerdo, que lo aceptó en el último momento y a regañadientes. ¿Apuesta? Es tan falso que esta sea una apuesta del Estado como que McDonalds venda hamburguesas saludables. Puro marketing, pura mentira. Lo cual es obvio. Madrid quería poner algún límite al gasto en Ertes, que hoy ya supera en 700 millones de euros a la dotación que nos envió Europa. Al final, Díaz claudicó, lo que Armengol llama «apostó».

Yo comparto la repugnancia del Gobierno central por la figura del fijo discontinuo. Yo creo que este tipo de contrato, inexistente en cualquier otro país del mundo, debe ser eliminado. Pero eso no se debe hacer en medio de una pandemia, con este caos, cuando el mercado está tan profundamente alterado y el consumo se ha evaporado en muchas áreas de negocio. Ni se debe llevar a cabo sin debate, análisis y evidencias. O sea, lo que nuestros expertos en marketing llamarían «una apuesta por los fijos discontinuos» ¿verdad?