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El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, ha admitido sin tapujos la necesidad de modificar la estrategia de la presencia de militares españoles en Afganistán, iniciada en 2003 al amparo de una resolución de las Naciones Unidas. Desde entonces, y a pesar del incremento de los efectivos y la mejora del equipamiento por parte del Ministerio de Defensa, es más que evidente el deterioro de la situación de nuestras tropas, que son un objetivo permanente de los talibanes. El rosario de bajas no se detiene y, con independencia de las manifestaciones recurrentes de los políticos, lo que es peor, a la vista de los acontecimientos, resultan ser un sacrificio estéril.

El papel de las tropas internacionales desplegadas en Afganistán se tiene que revisar. Seis años después de llegar al país, éste sigue siendo un refugio seguro para Al Queda, la democracia es una quimera y la situación de la mujer sigue siendo una ofensa lacerante para la condición humana. Los motivos principales que justificaron la presencia de tropas internacionales, con Estados Unidos a la cabeza, en el avispero tribal de Afganistán, lejos de mejorar han empeorado con los años. Tiene razón, en este sentido, la reflexión planteada por el ministro Pérez Rubalcaba aunque resulta sorprendente que se admita "unilateralmente" que la decisión final debe tomarla el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. El Gobierno español debería tener muy presente que su principal responsabilidad es defender los intereses de España y velar por la seguridad de sus soldados, incluso en Afganistán. Ha llegado el momento de plantearse qué hace España en Afganistán y hasta cuándo está dispuesta a seguir haciéndolo.