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La noche del 5 al 6 de marzo de 1938 se produjo el hundimiento del crucero «Baleares», una de las joyas de la Armada nacional que se había levantado contra la República. En plena Guerra Civil y con un millar de personas a bordo, el buque se fue a pique provocando uno de los sucesos más trágicos y recordados de la guerra en el mar, con cerca de casi 800 muertos. Lo más dramático del caso era la presencia de una docena de chavales menores de edad, embarcados en un barco de guerra en plena contienda, en una decisión incompresible. Nueve de ellos, encuadrados en una unidad llamada Flechas Navales que proporcionaba señaleros y ayudantes de radiotelegrafista a la Marina franquista, dejaron allí su vida, sobreviviendo únicamente tres. La idea de embarcar a niños para participar en acciones bélicas no puede entenderse ni siquiera teniendo en cuenta la época o las circunstancias.

Setenta años después, el hundimiento aún permanece en el imaginario popular, especialmente de las personas mayores que escucharon el relato de sus padres o abuelos. No es de extrañar, pues contemplar la llegada al puerto de Palma de decenas de supervivientes y de cadáveres debió resultar traumático para la población civil.

La historia quiso que fuera el ejército rebelde el que ganara la guerra y, en ese contexto, se levantó en la Faixina de Palma años después, por iniciativa de este diario y por suscripción popular, el monumento que todavía permanece allí, dedicado a «los héroes del Baleares». Héroes o no, lo cierto es que murieron en una guerra fraticida de la que todos conocemos las consecuencias. La controversia sobre si conviene o no que siga ahí ese monumento no terminará nunca, pero sí servirá para que recapacitemos sobre el terrible destino al que condenamos a las miles de víctimas de aquel enfrentamiento civil en el que muchos no pudieron elegir bando.