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PEDRO AGUILO MORA
La corrupción, el transfuguismo y -quien lo hubiera dicho- la desmembración del PSM han contribuido, en mayor o menor medida, a transformar un mapa político que, tras las elecciones del 25 de mayo de 2003, aparecía controlado casi de forma plenipotenciar por el PP. O bien por sólidas mayorías absolutas, o bien mediante solventes alianzas estratégicas, el partido de Jaume Matas consiguió en 2003 hacerse con el escenario perfecto para desarrollar un control casi absoluto sobre una Mallorca en la que todavía no había conseguido hacer imperar su mayoría aplastante.

Del lado izquierdo, el desalojo del poder desencadenó en la matriz del PSOE una profunda crisis de liderazgo que sólo se vió amortiguada con la victoria de Zapatero en las generales de 2004. En cuanto al PSM, la derrota electoral provocó una división entre los partidarios de, sin abandonar la bandera del nacionalismo, moderar el discurso político, y otro que abogaba por radicalizar posturas acercándose a Esquerra Unida-Els Verds y Esquerra Republicana Catalunya. Lo dicho, un mapa político extremadamente propicio para que el PP, una vez capitalizado el voto de la derecha, cortejado el del centro nacionalista y fragmentado el de izquierda, pudiese conquistar Mallorca en 2007.

La inesperada victoria del PP tras cuatro años de gobierno progresista, no sólo volvió a colocar a los populares en la cúspide del poder, sino que pareció acelerar los procesos de desmoronamiento y declive de sus adversarios. Por un lado, la alianza estratégica de Matas con UM provocó entre las filas de Maria Antònia Munar el alzamiento de un sector del partido intrínsicamente nacionalista y con poder ejecutivo en varios municipios de la Isla. Según este sector «crítico» el pacto con los populares constituía el inicio de la fagotización de UM por parte del PP.

No obstante, demediada la legislatura, la estrategia de asfixiar a UM y balcanizar a la izquierda empezó a tener para el PP un efecto boomerang. Los diferentes capítulos de corrupción vividos en ses Salines, Andratx o Santa Margalida, así como la persecución a la que empezó a verse sometida Maria Antònia Munar por parte del ala más extrema del PP y sus medios afines, además de la gravísima crisis del Pacte per Calvià en verano de 2005 -cuando el edil Joan Thomàs abandonó las filas nacionalistas para enrolarse en el PP- dejaron el pacto herido de muerte. Mientras tanto, los efectos derivados de disensiones en el seno de las juntas locales populares seguía menoscabando algunas alcaldías controladas por los conservadores.

En ses Salines, el caso de transfuguismo protagonizado por Francesc Garí dejó al pacto PP-UM en minoría, hecho que obligó a otorgar suculentas concesiones a Sud Unificat (SU) para contar con su apoyo y apuntalar el gobierno.

Sin movernos de la comarca del Migjorn, en Felanitx, el carácter conflictivo de su alcaldesa, Catalina Soler (PP), provocó la espantá de los ediles populares Gabriel Tauler y Montse Pérez. El primero, pata negra del partido, volvió al redil popular al cabo de pocas semanas. No obstante, Pérez prefirió convertirse en tránsfuga antes que volver a brindar su apoyo a Soler. Conclusión: el PP perdió la preciada mayoría absoluta felanitxera.

En Andratx la correlación de fuerzas también se vió alterada. Meses después de las elecciones el pacto ALA-PP se diluyó como un azucarillo en el agua. Las disputas por el área de Urbanismo provocaron que el alcalde Eugenio Hidalgo rompiese con los populares para formar un gobierno tripartito con PSOE y UM. Sin embargo, este turbulento menage a trois duró sólo 18 meses. Hidalgo firmó su certificado de defunción en la primavera de 2005 cuando disolvió ALA en el magma del PP.

Tras solucionar, sólo de forma aparente, el tema de Andratx, estalló el pacto de los conservadores con ASI en Llucmajor. Pese a que la alianza PP-ASI era puramente estratégica, pues los primeros gozaban y gozan de mayoría absoluta, el halo de corrupción que envolvía y envuelve a Joaquín Rabasco obligó a Matas a romper relaciones y a coartar futuros pactos.