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«Lo que ocurre aquí es que hay intereses encontrados que impiden una solución racional. Están los propietarios que pretenden conservar la propiedad de sus apartamentos, otras personas que quieren que se derriben los edificios para especular con la construcción de otros de lujo, y los morosos que intentan por todos los medios no pagar la deuda contraída de 750.000 euros».

La persona que esto decía se estaba refiriendo a la situación de los apartamentos Pullman, en la calle Juan de Saridakis, que desde que se construyeron en 1969 han sido frecuente noticia en los medios de comunicación por muy diversos motivos. La última ha sido la pretensión municipal de expropiar y derribar los edificios, cosa a la que ha desistido el Ajuntament por la firme oposición de parte de los propietarios y por los problemas legales con los que topaba la propuesta municipal.

Existe la duda generalizada sobre la solidez de los edificios, y no faltan las críticas por la mala imagen exterior, con antenas parabólicas en los balcones y ropa tendida, lo que contribuye a esa sensación de caos, y hasta los hay que llegan a la conclusión de que los edificios están abandonados a su suerte. Pero lo cierto es que existe certificación oficial sobre la solidez del edificio, como así hace constar el BOCAIB 184 del 25 de diciembre del 2004, en el que se hace constar: «Construcciones que a pesar de su edad, cualquiera que fuese esta, no necesitan reparaciones importantes. En este sentido, no se consideran reparaciones importantes tales como pintura en paredes y techos, parcheos de alicatados y solapados, arreglos de desconches y fisuras no estructurales, arreglos de carpinterías, entre otras reparaciones necesarias para el mantenimiento del edificio, tanto por conservación ordinaria como por mal uso».

Aún es peor esa sensación si el espectador se sitúa en la parte posterior de los edificios en donde están las respectivas puertas de acceso a los apartamentos y algunas ventanas de tamaño menor, y uno no puede sustraerse a la sensación de estar contemplando un recinto carcelario puesto que las rejas de hierro son mayoría, como si los residentes, más que eso, fueran prisioneros. Aunque el problema no está en el interior, sino en el exterior.