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Ciutadella exhibió ayer toda su hospitalidad, que invita a cualquier desconocido a entrar en casas acogedoras y a beber y comer cuanto se le ofrece. La ciudad -estos días mágica- ya venera sólo a Sant Joan y su devoción lleva a millares de entusiastas a entregarse a una comunión casi perfecta, cuyo epicentro es una qualcada que ayer tarde integraban 116 cavallers. Entre los visitantes, miles anónimos, había muchos rostros conocidos, como los del president Jaume Matas, la vicepresidenta Rosa Estaràs, el presidente del Parlament, Pere Rotger, y los consellers Mabel Cabrer, Cristòfol Huguet, Francesc Fiol, José María Rodríguez, Jaume Font y Margalida Moner, que acudieron a la fiesta con idea de disfrutar como uno más, libres de corbatas, trajes o cualquier signo de protocolo.

Con la arena sobre las calles ya marcando el camino de la fiesta, la espera matinal fue impaciente hasta que se descontroló definitivamente a las dos de la tarde, como marca la tradición, cuando efabioler señaló el inicio oficial de los festejos. Miles de corazones suspiraron acelerados aguardando el momento de la explosión. Y ésta se produjo. Un permiso concedido, un golpe seco de tambor y un ti-ru-ri-ru-rit glorioso, celestial. Luego, ereplec, ginets amb llimonada para bañar la garganta y agua para sobreponerse al calor. Hasta el Caragol des Born, el momento de la apoteosis festiva por la que Ciutadella es conocida mundialmente. Batalla de avellanas. Y las puertas abiertas de par en par.

David Marquès