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Cuando se cumplen los 25 años de pontificado de Juan Pablo II, es casi obligado hacer balance de lo que ha supuesto su mandato al frente de la Iglesia católica. La elección del primer Papa de un país del Este sorprendía a todos aquel mes de octubre de 1978 y evidenciaba un cambio que no tardó en quedar patente en la dinámica de un Vaticano que en menos de un mes había dado sepultura a sus dos antecesores: Pablo VI y Juan Pablo I.

El que fuera arzobispo de Cracovia, Karol Wojtila, ya como nuevo obispo de Roma y sucesor de Pedro, lejos de quedarse encerrado en las fronteras de su pequeño Estado, quiso trasladar su mensaje viajando, y lo ha hecho hasta el momento hasta más de 130 países, cambiando de esta forma la manera de difundir el Evangelio.

Juan Pablo II mucho ha tenido que ver con el desmoronamiento del telón de acero y la conversión a la democracia de los países del Este. Su histórico viaje a Polonia, su país natal, fue fundamental en aquellos años. Como también fue muy significativa su entereza tras el atentado de Alí Agca, que quiso acabar con su vida en la plaza de San Pedro.

Este Papa, del que se ha dicho que ha sido progresista en lo social y en lo político y conservador en lo moral y que ha llevado a la práctica el ecumenismo del Concilio Vaticano II y ha establecido un profundo diálogo con otras religiones, en los últimos tiempos, viajó a Cuba, donde no dudó en pedir, en presencia de Fidel Castro, la democratización del país, aunque también abogó por el levantamiento del embargo de EEUU. Su coherencia en la defensa de la paz le llevó también a oponerse a la guerra de Irak. Debilitado por la enfermedad, parece como si el cuarto papado más largo de todos los tiempos estuviera a punto de concluir. La convocatoria del Consistorio de los cardenales con premura y en apenas un mes apunta a la preparación de la sucesión de un hombre sin el que no sería posible comprender el devenir de la historia reciente.