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Aunque algo tarde, en el seno de Naciones Unidas se ha optado por la sensatez, que en este caso concreto pasaba por la autocrítica. Nos referimos aquí a esa investigación que, encargada por el propio secretario general, Kofi Annan, ha dado lugar a un informe previo "un análisis más detallado será dado a conocer el mes que viene" que pone de relieve el mal hacer de la propia ONU en las denominadas «operaciones de paz». A juicio de los propios expertos de la organización, las operaciones de mantenimiento de la paz están mal planeadas, escasamente preparadas y raramente cumplen con los objetivos fijados por el Consejo de Seguridad. Una de las conclusiones se nos antoja particularmente significativa: «nada ha dañado tanto la credibilidad de las operaciones de paz de la ONU en los años 90, como su reticencia a distinguir la víctima del agresor». Exactamente. En unos casos por excesiva buena fe, y en otros debido a presiones externas "casi siempre ejercidas por los Estados Unidos", lo cierto es que muchas de las intervenciones de la ONU han estado caracterizadas por una ambigüedad que no ha tardado en traducirse en ineficacia. En la mayoría de ocasiones, las tropas de la ONU llegan tarde a los lugares en los que sería recomendable su presencia y, lo que es peor, ésta no conduce a una mejora de la situación. A los «cascos azules» acostumbra a faltarles autoridad moral "y muchas veces material" para hacer que prevalezcan la razón y los más elementales principios humanitarios. Eso es algo que lamentablemente todos hemos tenido ocasión de comprobar en conflictos como el de Bosnia, en el de Kosovo, o en genocidios como el de Ruanda. Se trata de situaciones que por el desprestigio que suponen para la organización supranacional, no deberían volver a producirse. Y esa autocrítica ahora llevada a cabo, nos parece un buen paso en el camino que conduce a dicho objetivo.