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La reciente publicación del Anuario 2022 de Balears de El Económico, con una base de datos única del sector turístico, muestra el éxito que se está consiguiendo y que sobrepasa las cifras más optimistas que se han registrado. No obstante, a pesar de ello hay voces que alertan de evidentes excesos de capacidad de carga del actual sistema e incluso abogan por una limitación de actividad, como ya están aplicando otros destinos turísticos famosos (Venecia, Florencia) con problemas de saturación.

Ante esta contradicción del «morir de éxito» sería útil recordar la evolución del destino turístico Balears, en el contexto de una economía de mercado donde primero fue la oferta (destino promocionado por los turoperadores británicos) y después la demanda (las vacaciones pagadas y la moda del sol y playa). El empresariado hotelero balear aprovechó esta oportunidad y las facilidades administrativas para crear núcleos hoteleros en zonas costeras alejadas de los pueblos. Ello justificaba que los británicos se refirieran a menudo la actividad turística como «industria sin chimeneas», cuando se mantenían a los turistas en la costa sin presionar los núcleos urbanos. Los problemas llegaron cuando el nuevo «turismo de masas» se convirtió en una creciente demanda de «servicios», invadiendo las calles de nuestras ciudades.

Esta liberación de la vacación exclusiva del turista en las playas/costas, llega por varios frentes: los vuelos charter de los TT.OO. son desbancados por las aerolíneas low cost (libertad de fechas del viaje); el auge del uso del rent a car (precios muy baratos); la llegada del smartphone (competidor del guía por publicidad y recomendaciones); y la más reciente oferta de vivienda turística urbana (incluido el hotel boutique).

No obstante, esta exitosa y creciente demanda turística en Balears no ha provocado un aumento notable de la oferta de alojamiento hotelero, sino una multiplicación de la oferta complementaria de servicios al turista, en especial la oferta gastronómica, deportiva y cultural sobre todo en la capital. Además, ha nacido un masivo turismo de pasajeros de cruceros que, sin pernoctar en las Islas en su mayoría, colapsan el centro de la ciudad vieja. Y todo ello explica el malestar del ciudadano/urbano durante la temporada alta por: la carestía del alojamiento de alquiler; la excesiva estacionalidad de la actividad turística; y los problemas de movilidad intraurbana y periurbana sin resolver.

En consecuencia, para mejorar esta situación no se trataría de limitar la oferta de alojamiento sino de acomodar la nueva demanda de servicios a la realidad de un archipiélago que tiene que subsistir gracias al turismo, pero preservando los atractivos y recursos naturales que son sus vitales activos. Acomodar significa gestionar un problema sin tener que llegar a poner limites pues la estacionalidad ya impone los suyos. En las Islas, según el Indice de Presión Humana de 2022, vivían 2.048.000 personas en agosto y sólo 1.200.000 en diciembre, lo que evidencia la precariedad de los empleos perdidos durante el invierno por la escasez de turistas.