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En esta tierra, hubo un tiempo en que alcanzar un cierto grado de prosperidad fue tan importante como para aceptar todo tipo de sacrificios, alargar las jornadas laborales o consumir por debajo de las posibilidades. Para aquellos baleares valía la pena asumir riesgos, aún a sabiendas que serían los menos los que alcanzarían las metas deseadas. Como consecuencia el PIB regional creció a ritmos que ahora consideraríamos asiáticos beneficiando también a los que no tuvieron suerte o habilidad.
A medida que la prosperidad iba llegando se hizo más difícil aceptar nuevos riesgos. Ya había demasiado que perder, sobre todo, por aquellos que fueron bendecidos por la diosa fortuna. Entonces, con la constitución de la CAIB, se contó con una cámara legislativa tremendamente útil para blindar los privilegios alcanzados. La prosperidad tenía que ser para aquellos que la consiguieron primero, el resto sólo podía tener cabida como personal complementario. De esta forma, los crecimientos del PIB fueron disminuyendo. Balears, en su conjunto, comenzó un rally de descenso en muchos indicadores comparativos.

Más recientemente nos acostumbramos al concepto de saturación. Que a pesar de que, sin duda, es relativo, resulta tremendamente útil para preservar la prosperidad de aquellos que la han heredado. La saturación es la justificación necesaria para crear leyes limitadoras que bloquean el acceso a los nuevos. Quizás por ello a nadie le debe extrañar que el crecimiento económico se haya, prácticamente, detenido.

La idea sociológica que subyace bajo el concepto de saturación es que sólo aquellos con el poder económico suficiente puedan disfrutar de las bondades del paisaje y paisanaje balear. El resto tiene que conformarse con alguna estancia a lo largo de su vida, la asiduidad no es para ellos.

El cambio climático está muy correlacionado con la cultura de masas. Por ello, para combatirlo son las masas las que tienen la obligación de disminuir su consumo. Está pasando en todo occidente. Así, por ejemplo, los automóviles vuelven a ser un objeto caro, no apto para las masas. Con menos coches la rentabilidad por unidad fabricada aumenta y los salarios de los que lo producen pueden ser mayores, también los tributos que se recaudan. Y con menos autos, las ciudades y las regiones tienen que construir menos infraestructuras. La desmotorización del vulgo resulta, ahora, beneficiosa para el bien común.

Con el turismo sucede exactamente lo mismo, con precios más elevados, las empresas, los trabajadores y los funcionarios gubernamentales obtienen mayores ganancias. Así que mejor que los viajes no sean para las masas. Deben ser, únicamente, para aquellos que no forman parte de las masas, es decir para los considerados visitantes de calidad.

Esta es una tendencia que se repite por doquier por lo que se puede concluir que, si bien hubo un tiempo en que la Estatua de la Libertad, con su inscripción, dio la bienvenida a los pobres del mundo como el símbolo del capitalismo más genuino, ya no es así. Las masas son ahora saturación, y, por tanto, deben ser rechazadas como público objetivo más allá del consumo de bienes virtuales. El statu quo precapitalista se impone.