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Espero que no nos hayamos apropiado demasiado tarde del término sostenibilidad y de todo el significado, despliegue e impacto de profundidad que lleva implícito. Ha costado bastante hacerse con esa apropiación que ya hace años que está en boca de muchos pero que no había sido agarrado de manera tan firme como parece que, a nivel global, lo estamos haciendo ahora.

Durante mucho tiempo se han considerado los temas sostenibles como de un nivel inferior, como algo teñido de un profundo esnobismo. Incluso tengo la impresión de que la sostenibilidad fue vista, en un momento dado, como algo que debía ser asociado a entes públicos o ligado a la voluntariedad de grandes empresas que lo iban incluyendo en su gestión y difundiendo su uso a través de sus prácticas y acciones de responsabilidad social corporativa.

Ahora ya no se trata de una elección ni de gustos, es una necesidad que deberíamos llevar todos por bandera, estar convencidos de ello e incluir prácticas sostenibles en nuestro entorno, no en vano nos va el planeta en ello, nada más y nada menos.

Quizás uno de los motivos que ha propiciado este incipiente convencimiento general sobre la necesidad de ser sostenibles haya sido la popularización relativamente reciente del término circularidad, que viene a revelarse como una de las derivadas inherentes a la sostenibilidad y que hasta hace poco tiempo únicamente asociábamos a prácticas de reciclaje. Pero la circularidad va mucho más allá que el tirar el papel al contenedor azul y los envases al amarillo. Ahora se asocia a la economía, complementándola: economía circular.
Una vez introducido el sustantivo, sí que nos interesa saber de ello, ya no rehuimos el término, porque sabemos que la economía impacta en nuestro bolsillo, el que los residuos vuelvan a ser recursos es ahorro, el consumo energético proveniente de energías renovables repercute en cero emisiones contaminantes y si no contaminamos, no pagamos.

Pero no solamente debemos hacer una interpretación ambiental de la circularidad, sino también extenderla y entenderla con sus derivaciones sociales, económicas y, me atrevo a decir también, culturales. Porque una correcta sostenibilidad circular pasa ineludiblemente, por ejemplo, por la compra de productos de proximidad que implícitamente darán apoyo a emprendedores locales que a su vez fomentarán el empleo local, cuya consecuencia presumible será que los niveles de precariedad y pobreza se reduzcan en el territorio de aplicación, posibilitando de esta manera que haya un mayor respeto y aproximación a la autenticidad sociocultural de la comunidad circularizada, pudiendo así conservarse activos culturales, patrimoniales e incluso valores y usos tradicionales.

Como vemos, la sostenibilidad ya no va solamente de reducir la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera y por tanto mitigar el cambio climático sino que es una apuesta clara por una nueva manera de enfrentar la realidad y asomarse a un futuro distinto al establecer cauces lógicos, medibles y realizables que ayuden a alcanzar ambiciosos objetivos de desarollo comunitario sostenible.