La poeta Maria Antònia Massanet (Artà, 1980) vive desde hace tiempo en Sant Cugat del Vallès (Barcelona). | ELI MONTPART

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Endometrosis, fibromalgia, fatiga crónica y, desde el pasado mes de febrero, también disautonomía y síndrome de Sjögren. Maria Antònia Massanet (Artà, 1980) tiene que convivir con estas enfermedades mientras intenta hacer vida normal y dedicarse a la poesía. «La gente cree que hago muchas cosas porque celebro varias presentaciones, pero no sabe que no he podido asistir ni a la mitad de las que había programadas», explica sobre su último proyecto, la antología feminista Flamarades sortiran (Godall Edicions). Ahora, sin embargo, la presión crece porque la autora es ella misma, pues acaba de publicar su nuevo poemario, Tremor (Fonoll). Lo presentará el miércoles, a las 20.00 horas, en la cafetería del Teatre d’Artà y el 2 de abril en Embat Llibres (Palma). El volumen incluye un epílogo del editor de este sello, Anton Not Reig.

Juicios

Tremor precisamente se centra, sobre todo la primera parte –Manual d’ús– en las dificultades y los juicios que tiene que soportar. «Es donde la voz poética está más enfadada y grita, revelándose contra los tópicos de las enfermedades invisibles». «Después de ese primer apartado hay dos secciones que se tornan más líricas según avanza el poemario, aunque continua la lucha contra la mudez, entre aquello que podemos decir, las palabras para decirlo y aquello que no. La enfermedad también ahoga y provoca una mudez, por lo que aquí intentaba devolver la palabra a los enfermos que, históricamente, son aquellas personas pasivas, que se dejan cuidar y que no dan problemas. El buen enfermo es aquel que se comporta como los sanos esperan y sufre en silencio, no dan mucha guerra, pero yo quería romper con todo esto», detalla.

«Yo sí doy guerra. Hay que darla. Siempre he dicho que la poesía debería ser política, tiene que tener la voluntad de remover conciencias, de hacer pensar y de vincularse con el lector, causando una fuerte sacudida, un tremor [temblor]. La poesía tiene que trastocar y trastornar, contribuir a que cambie la visión del mundo del lector», manifiesta.

Con todo, a pesar de lo que pueda parecer, Tremor, insiste la autora, es un poemario «vitalista». «Lo único que queremos todas las personas que padecemos enfermedades crónicas es tener una vida, salir adelante, recuperarnos. Por eso, como decía, la primera parte del libro apela al humor, a una ironía muy marcada, incluso al sarcasmo. Las enfermas también tenemos ganas de hacer cosas y, en consecuencia, somos vitalistas», razona.

Esperanza

Asimismo, también «hay espacio para la esperanza»: «Al final, el poema que funciona como epílogo plantea que florecerá el tú poético». En este sentido, reconoce que «a partir de Kiribati (Adia, 2015) pasé del yo poético al nosotros y ahora aquí necesitaba marcar la distancia, pues el poemario es una búsqueda que parte de experiencias personales, pero quiere superarlas y hablar de algo general, de procesos de enfermedades invisibles que afectan a mucha gente». «Creo que cualquier lector que haya sufrido alguna dolencia se sentirá identificado con Tremor porque, al fin y al cabo, todos sufrimos, aunque no se perciba a simple vista», añade.

El tremor que da nombre al poemario es sinónimo de temblor, de inestabilidad, pero Massanet se lo lleva a su propio territorio: «He optado por no titularlo tremolor porque quería usar una palabra menos habitual y, además, así he podido llevarlo a mi terreno, pues ese temblor está relacionado con la disautonomía que me diagnosticaron en febrero. Hace que la sangre no circule bien al cerebro, especialmente cuando estás sentada o de pie, provocando taquicardias y mareos», aclara. En cuanto al lenguaje, Tremor es, según celebra la autora, la obra en la que alcanza «un nivel de depuración que no había conseguido en las anteriores, es la culminación de un momento».