La exposición ‘Mont-roig: blanc i negre’ , de Punyet y Aragonés, se inauguró ayer en la galería barcelonesa Marc Calzada. | R.C.

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Dicen que la pintura, la expresión artística, es curativa, como un antídoto. Y así ha sido para el nieto de Joan Miró, uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. «Estaba perdido y destrozado, deambulando por un mundo sin sentido, pero la pintura me ha devuelto a mí mismo, ha provocado que el puzzle de mi psique encaje», confesaba este jueves Joan Punyet Miró (Palma, 1968) a pocas horas de la inauguración de su segunda exposición, Mont-roig: blanc i negre, en la galería Marc Calzada de Barcelona. Una muestra en la que funde sus creaciones con las de otro creador, su «amigo de la infancia» Marcel Aragonès. Una muestra que habla de las contradicciones, de los polos opuestos y, sobre todo, de las «emociones» del ser humano que «jamás podrán replicar los algorritmos o la inteligencia artíficial».

La muestra está articulada por un total de 25 telas, de pequeño y gran formato, que Miró y Aragonès han trazado a partir de «pinturas de lino, color tierra, con unos grafismos negros y blancos poderosísimos, con las que hablamos de los opuestos, todo son opuestos en esta vida». Y lo hacen abrazando lo que la naturaleza de Mont-Roig, ciudad de nacimiento de su abuelo y de Aragonès, les da, com ola tierra y el agua de mar, «es un viaje a nuestra infancia, una colaboración que espero que sea solo el principio, Marcel es una persona maravillosa», cuenta.

‘Antipintura’

Dada la pasión de ambos por la pintura, la música y la poesía, «nos hemos encontrado haciendo unas pinturas muy cercanas a la poesía de ese gran poeta chileno que recibió el Príncipe de Asturias, Nicanor Parra [fallecido en 2018], que habla de la antipoesía; en nuestro caso, hablamos de la antipintura académica, no queremos encontrar el espíritu de la figuración y la academia, queremos dejar un grito salvaje y libre, uno que jamás podrá tener la inteligencia artificial, con sentimientos y emociones humanas», prosigue Punyet Miró. Así, esos opuestos se traducen en un cara a cara entre «el blanco y el negro, la importancia del error, de la frustración, el momento de la antimateria y de encontrarte solo ante el vacío, sentimientos muy humanos que nada podrá replicar, el gesto, la abstracción, dejar que el pincel vuele con intuición primitiva y arcaica, hablar de la tierra, de la emoción pura sin filtro alguno», insiste.

Esta exposición, la segunda para Punyet Miró [debutó en mayo con su primera individual en Burdeos], abre una serie de proyectos para el artista que seguirán durante el año 2024 con más exhibiciones. Así, en junio ocupará la antigua capilla de Mont-Roig, «donde mi padre fue monaguillo», en julio expondrá en Zúrich (Suiza), ya en el mes de septiembre, viajará hasta Filipinas para mostrar su obra en Manila. ¿Para cuándo en Mallorca? «De momento no hay nada planeado, me gustaría muchísimo exponer en la Isla en algún momento, y seguro que lo haré, algún día tendré ese privilegio, ese honor», apostilla.

Mientras tanto, Punyet seguirá dando rienda suelta a su arte, ese que le ha devuelvo «a la vida y es maravilloso», concluye.