El galerista Pep Pinya, fundador de la Pelaires, posa para este diario en el espacio que él mismo impulsó en 1969. | Pere Bota

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Dice Pep Pinya (Palma, 1935) que «la belleza no existe, sino que se siente». Lo detalla quien no es ajeno a lo bello, sino que lo ha respirado, vivido, tocado y hasta le construido una casa: la Galería Pelaires. Un centro que ostenta el título de ser la primera galería dedicada al arte contemporáneo en España y que abrió sus puertas en 1969 apadrinada, nada menos, que por Joan Miró. Pinya fue quien dio los primeros pasos de una forma de sentir, amar y ver el arte en Palma que ahora, 54 años después, parece obvia y se da por sentada, pero que en su momento necesitó de algo que a veces falta: visión. Hoy, el Cercle de Belles Arts de Palma, reconoce esa mirada y la trayectoria del mallorquín con su Medalla d’Or, distinción que el galerista recibe agradecido, pero querría «repartir en mil trozos para todo aquel que creyó en nuestro proyecto».

Ahora la Pelaires es ya una institución con tanto futuro como pasado y con el reto de sumar, por lo menos, tantos años por venir como años han pasado desde que abriera en un «mundo en el que no había nada», recuerda Pinya. «Es difícil para la gente de hoy trasladarse a cuando hacer una simple foto tardaba varios días». Por ello, para el galerista, el día más feliz de su vida fue «cuando se inventó el fax».

Ese aparato también fue el inicio de las prisas, la aceleración, y del correr por y para todo. Es decir, del mundo actual, en el que «sería imposible hacer la aventura que hice» porque «la actitud de los artistas y la relación entre la creación y el mercado es más complicada; las galerías grandes ahora son multinacionales». Sin embargo, no cree Pinya que esto afecte tanto a la creación, sino que él, defensor del caos, considera que este la beneficia porque «siempre salen cosas buenas».

A la pregunta de si ha sido caótica su propia trayectoria, Pinya mira al techo un instante, medita y con una ligera sonrisa, contesta: «Pues bastante». Su explicación no es otra que la de haber sido un «neófito entrando en un mundo nuevo, desconocido para mí, sin saber cómo actuar, qué hacer». Con el tiempo «te das cuenta de que hay una leyenda enorme sobre el arte y de que las cosas son más simples de lo que parecen, lo complicado, lo verdaderamente enrevesado, es seguir la senda correcta».

Pep Pinya, Joan Miró y Robert Graves, en la Galería Pelaires en la exposición de Calder en 1972.

Esto último es el auténtico reto y lo es porque «todo es tan efímero», «una canción es la número uno y al día siguiente ya hay otra que la sustituye». De ello concluye que «no hay nada predeterminado y los artistas cambian, como lo hace el público y has de ser como las mariposas que cambian de piel: te tienes que adaptar constantemente». Por ello, y de esto Pinya sabe un poco, sentencia: «El mejor juez es el tiempo y si algo aguanta su paso, que no es fácil, es por algo».

Paso del tiempo

Un artista que sí resiste los embates de ese océano que llamamos tiempo es Miró, sin el cual «la Pelaires no habría sido lo que es ni yo hubiera sido galerista», reconoce Pinya. Miró fue, de hecho, uno de los que sí parecían saber qué hacer y cómo actuar cuando la Pelaires nació y Pinya no se «escondo: él nos lo dio todo, fue la inspiración, el trabajo y todo lo que hemos hecho». Es tal la importancia que Pinya otorga al catalán que por ello se nota en su voz cierta pesadumbrez al hablar de la Fundació Miró: «Está absolutamente infravalorada», explica y añade que «Miró quería crear un triángulo mediterráneo entre Saint Paul de Vence, Barcelona y Palma. Las dos primeras funcionan como una maravilla, pero la de aquí no y eso es porque algo estamos haciendo mal».

Echando la vista atrás, Pinya destaca que ha «hecho lo que he podido, no lo que he querido». En ellos, ha viajado, conocido gente de primer orden del mundo de la sociedad, la política o el arte, y ha impulsado importantes citas y eventos como ARCO o la Nit de l’Art, por eso sabe que «la alta cultura necesita dinero, pero el retorno, si lo sabes gestionar, es fantástico».

Su hijo, Frederic, es quien hereda el legado, y su padre no podría estar más tranquilo: «Tiene corazón, valentía y una visión muy sana del arte», por lo que le augura «muchos años por delante» al frente de la Pelaires, un espacio que no solo tiene mucha historia, sino en el que han ocurrido muchas historias, «algunas que no se pueden escribir», confiesa Pinya con buen sentido del humor, el mismo con el que hoy recibe la Medalla d’Or por una vida dedicada al arte.