El filósofo e historiador del arte Francisco Jarauta, en Palma. | Jaume Morey

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Citando a Robert Musil, autor de El hombre sin atributos, el filósofo, editor e historiador del arte Francisco Jarauta resume la esencia de lo que es el ser humano: «Somos nuestras preguntas y cuando no tenemos preguntas somos póstumos en vida». Por esta razón el mundo clásico no solo es referencia, sino la raigambre de la que germina prácticamente el todo de nuestro ahora, porque todos nuestros interrogantes ya están allí, en Platón, en Aristóteles, en Homero, en Eurípides. Sentencia Jarauta: «Lo que está en el continuum de la historia es la condición humana, que no cambia, y por eso se reiteran esas preguntas».

El catedrático de filosofía en la Universidad de Murcia imparte a las 19.00 horas en Can Balaguer su conferencia El aura del mundo antiguo, presentado por Nadal Bernat Salas, como parte del ciclo Visions del patrimoni, organizada por la Fundació Amics del Patrimoni.

En ella, Jarauta departirá sobre una «fascinación» que ha acompañado durante el paso de los siglos hasta nutrir las principales salas de museos como el Británico, el Louvre o el de El Cairo. Se trata de la época clásica y su influencia durante milenios. «Uno siempre ritualiza el sentimiento de estar ante esa secreta belleza que acompañaron varias civilizaciones y que han encontrado nuevos lugares en los museos» que, ahora, las acogen cargadas de un simbolismo «no ya de un tiempo solo, sino de una forma de entender el arte y consumir belleza».

Todo fruto de una nostalgia que acompaña a los intentos de restauración de esa belleza, que nacieron en la modernidad para recrear cánones pasados o, por lo menos, recuperarlos por su valor estético de calidad intrínseca. Ello va asociado a los viajes, que aparecen como «expresión de madruez» y Jarauta coloca el ejemplo de Goethe y su padre: «Al cumplir 18 años le dio su diario de su viaje a Italia, y Goethe, al leerlo, no se ve preparado para hacer tal viaje, y lo guarda y se dice: algún día lo haré. La dialéctica entre el viaje y el mundo antiguo aparece ahí» y se materializa en forma de arqueología, que «dominará el siglo XIX» con la repartición de los tesoros patrimoniales por los centros del arte del mundo.

A su vez, Jarauta recupera también el concepto de ruina ideado por Piranesi, un «nuevo gusto» del mundo antiguo que no es solo atractivo por antiguo, sino por «reflejar el paso del tiempo por la obra, transformándolo en ruina», que introduce una «modernidad nueva en el templo de la reflexión sobre lo antiguo».

Sin embargo, y Jarauta es consciente de ello, lo antiguo está «cada vez más lejano» y si algo caracteriza a nuestra época es «la velocidad, la rapidez y la instantaneidad». Todo ello hace la lectura diferente que se une a sentimientos de nostalgia que se aprecia a través de los museos «que conservan esta historia, esta memoria, haciendo que forme parte de nuestra cultura».

Aprovecha Jarauta que el debate político a menudo tiende a a «sacar aquello de la democracia griega», la cual juzga como algo «sobrevalorada» porque en realidad «duró muy poco» y en una sociedad muy distinta a la actual (esclavista y con muchísimos menos habitantes que en la actualidad), pero destaca de ello que «lo importante no es eso, sino que alguien ateniense en el siglo IV antes de Cristo fue capaz de pensar esta idea», igual que «la igualdad y la libertad», que ya «forma parte del ideario moral y político». En esta línea, Jarauta considera que quizá el futuro debería inclinarse por las «pequeñas comunidades».

Sobre la filosofía, que hoy celebra su Día Mundial, para Jarauta se trata de algo que «ayuda a formular preguntas, no produce soluciones», pero por ello, precisamente, es una actividad genuinamente humana, porque las preguntas, como señalábamos al principio, son definitorias del ser humano: «La sed antropológica y la curiosidad inmensa son nuestra actitud ante el mundo».

Y, para finalizar, Jarauta cita a otro grande, George Steiner, de quien explica que «cuando tenía 7 añoñs, su padre le regaló la Odisea, pero estaba en griego. Él no lo entendía, pero su padre lo leyó mientras pasaba su dedo por la primera línea y Steiner quedó tan fascinado que se dijo que algún día leería el griego de Homero. Nuestras preguntas se convierten así en decisiones que escribimos como provisional respuesta, porque la definitiva no existe».