Lídia Gàzquez es profesora y periodista cultural. | Clàudia Sauret

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«El ser humano rehúye de su parte animal y esa es la causa de muchos problemas de salud mental actuales: el haber abandonado el nexo con la naturaleza». Lo asegura la poeta Lídia Gàzquez (Sant Pere de Ribes, Barcelona, 1978), que ha ganado la última edición del Premi Bernat Vidal i Tomàs con L’animal perfecte (Adia Edicions) –un volumen que cuenta con epílogo de Raquel Casas Agustí, ganadora del Premi Ciutat de Palma de poesía en 2020–. Se trata de una obra –el primer libro que publica la autora– en la que precisamente es esa parte «salvaje» la que toma la palabra.

«El conectar con lo salvaje me sirve de excusa para hablar de otros temas muy importantes, como el amor, el desamor, la decepción, el vacío existencial, la dureza de la vida y de los sentimientos que tenemos tan abandonados por estar viviendo en una pecera, aislados», reconoce la autora.

«Marxarem pensant que un altre parany és possible», reza un verso sobre esa «existencia de pecera», que puede leerse como una crítica a una sociedad en la que predomina lo artificioso. «Si lo llevamos a un ámbito más filosófico, es una manera de pensar existencialista, pero la otra cara de la moneda es el vitalismo, pues es un llamamiento a rebelarse contra ello», señala.

En este sentido, L’animal perfecte -título que proviene de unos versos extraídos de Apoteosi del cercle, de Sebastià Alzamora- es un golpe en la mesa, un potente toque de atención que incita a tomar consciencia a la vez que refleja «la existencia de un alma que teme ser una presa», ya que la amenaza y la persecución a ser cazado sobrevuela todo el poemario. «Como animales que somos tenemos que estar continuamente en un estado de alerta, atentos a los posibles depredadores» que, además, pueden tomar formas muy diferentes.

Fuerza

Con todo, tal y como subraya Gàzquez, «seguimos apostando por la fuerza y por el amor, que triunfa siempre, no como «una idealización del amor», sino por la necesidad de ir en busca de «la raíz, del sentimiento puro, de aquello a lo que llamamos instinto». Y es que, según la poeta, «el instinto puede ser un sentimiento puro; nos colocamos por encima de los animales, pero ¿quién dice que no son ellos los que están sobre nosotros? Emocionalmente, sus instintos están muy por encima de los nuestros», compara.

Ya en el primer poema Gàzquez invita a regresar a esos primeros instintos, pero también regresar a las primeras veces, a las primeras lecturas, al primer poema. Unos orígenes más amables de lo que suele ser habitual, más «reconciliador», como la propia poeta comenta. «Para mí, el primer y último poema son muy importantes.

En este caso, el primero tiene un sabor a desenlace, como si fuera una recopilación de todo lo que conlleva la obra, en la que también hay mucha oscuridad y dolor». «Es un dolor que se vive de forma interna, que resulta imperceptible para el otro y que no queremos que se note. Pero, como es bien sabido, el dolor emocional puede desembocar en un dolor físico. El alma y el cuerpo son indisolubles, están muy ligados», insiste.

«L’animal perfecte somos todos. Aunque suene grandilocuente, los poetas tenemos la vocación de llegar a todos. El poema puede ser un artefacto o, mejor dicho, un ser que adquiere vida. Como admiradora de Mary Shelley, creo que el poema tiene vida y tiene también el poder de insuflar vida a quien lo lee», concluye Gázquez, que presentará el libro el 10 de septiembre en la Setmana del Llibre en Català de Barcelona.