La conocida actriz Lola Herrera

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La reconocida actriz Lola Herrera, uno de los rostros más conocidos del cine, la televisión y el teatro de nuestro país y que recientemente fue distinguida con el premio Talía de Honor de las Artes Escénicas, protagoniza este fin de semana en el Auditòrium de Palma la obra Adictos junto a Lola Baldrich y Ana Labordeta. El montaje, escrito por Daniel Dicenta Herrera (su hijo) y Juanma Gómez, está dirigido por Magüi Mira y aborda la peliaguda cuestión de la adicción a las tecnologías. Los pases son este sábado, a las 20.00 y domingo, a las 18.00 horas.

¿Se ha convertido la tecnología en una droga más?
— Creo que sí, porque está individualizando a la gente. Fíjate que muchos se mandan mensajes mientras están en el mismo espacio, o ven un espectáculo a través de la pantalla de su móvil. Indudablemente la adicción a las tecnologías es algo grave, ya que deshumaniza a las personas. El hecho de cambiar el hacer algo en directo por vivirlo a través de una pantalla me parece bastante demencial. En esta época, en el mundo, hay muchas adicciones, por ejemplo hay adictos a las guerras aunque, afortunadamente son pocos. Ahora bien, las tecnologías tienen muchas cosas buenas, depende del uso que hagamos: nos brinda avances, pero nos quita ese trato directo. Todos vamos cayendo...

¿Nadie se salva?
— Alguien se salvará, pues no creo en el todo o nada. Me he pasado esta mañana [por ayer] intentando pedir cita por internet para una resonancia y no ha habido manera. Es algo que nos afecta a todos y, a los que no, es porque están en una zona despoblada en la que no tienen acceso a los cajeros automáticos para sacar dinero, por ejemplo.

La brecha digital también es un problema serio...
— Sí, pero no es algo que haya aparecido en mi época, sino que ha surgido con los años. Hoy en día, un niño que no sabe andar ya coge el teléfono de su madre. Lo aprende desde que nace. Es algo que te coge un poco a contrapelo. En mi caso, me manejo como puedo. Tengo ordenador, tablet y un iPhone. Seguro que no le saco al máximo su potencial, pero tampoco me interesa aprender maravillas sobre estas cosas. Prefiero invertir mi tiempo en otros asuntos. Hay veces que tiraría al móvil por los aires, pero como es tan caro no lo hago.

Interpreta a Estela Anderson, una inteligentísima científica de prestigio internacional que, según avanzan los autores de la obra, cuya transformación «viene a ser una metáfora de la disposición del ser humano para cambiar de actitud». ¿Qué más puede avanzar sobre su personaje?
— Es una científica que ha trabajado muchos años para conseguir mejorar la situación de los humanos, pero resulta que todos los adelantos importantes tienen sus pros y sus contras. Y los grandes poderes, que son los que mueven los hilos del mundo, resulta que deciden darle otro uso que es totalmente diferente, negativo para la sociedad. Entonces la mujer se da cuenta de lo equivocada que ha estado y opta por ponerse al lado bueno y opinar de otra manera. Es algo que sucedió con la bomba atómica, por ejemplo, que se suponía que tenía que beneficiar a muchos campos de la ciencia y, sin embargo, mira lo que sucedió.

¿No tenemos remedio?
— No, estoy convencida de esto. Estamos destrozando el planeta y lo hacemos a sabiendas. El hombre, sin lugar a dudas, es el destructor más grande. Evidentemente hay muchos constructores también, gente que ha descubierto o escrito grandes cosas, pero a lo que se tiende, y la historia lo demuestra, es a la destrucción.

¿Es más complicado que nunca ir a contracorriente?
— Dentro de la sociedad siempre ha sido difícil ir a contracorriente, pero ahora es imposible; es darte contra las paredes. Creo que siempre es positivo que haya voces que deseen lo imposible y que luchen por ello. El idealismo y los sueños deben existir porque, si existen, pueden cumplirse, aunque sea muy difícil.

A menudo parece que en esta sociedad hiperconectada nos sentimos más solos. ¿Le ha ocurrido a usted?
— A mí no me ha sucedido porque no he dejado de lado la relación con mi gente, con los míos. Los que usan la tecnología de manera desaforada tampoco deben estar solos, porque están acompañados por lo que les satisface; se comunican como quieren o saben. Los que usan de forma enfermiza la tecnología no se sienten adictos, como tampoco el que se droga con heroína que dice que lo puede dejar cuando quiera.

Otra de las cuestiones que se plantean es hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología, si somos realmente libres. Pero, ¿éramos libres antes?
— Nunca hemos sido libres. Nos quitan la libertad de diferentes maneras, pero indudablemente nunca lo hemos sido del todo. Nuestra libertad depende de los que mueven el mundo, que tienen unos intereses y dominan a los demás. Creo que la libertad es algo muy individual. Eres libre en tu pensamiento, si es que no te lo estropean o mediatizan, que ya no puedes pensar con toda la limpieza del pensamiento. En definitiva, estamos todos contaminados del mundo en que vivimos. Tendríamos que haber aprendido a positivar y a dejar vivir y conseguir un mundo en el que todos tuvieran un sitio; sin días de, porque los días serían de todos. Esto es una milonga que está muy bien para reflexionar, pero realmente el mundo no es así.

Los autores afirman que hay pocas obras de teatro que aborden la adicción a la tecnología. ¿Lo ve así?
— La verdad es que no se escribe demasiado teatro en realidad; los escritores se dedican a escribir para las grandes plataformas. El teatro siempre ha sido más pequeñito, en el que todo parece más sencillo, pero es también más difícil Es un espacio cerrado en el que la imaginación tiene que hacer su trabajo.

¿Diría que el teatro está en peligro, entonces?
— No, porque es lo único que va a quedar. Ahora muchos ven seis capítulos de una serie en casa mientras comen patatas fritas y eso con el teatro no existe. Quien quiera ver algo en vivo y en directo que se sienta en una butaca en el teatro y ahí le contarán la historia. No hay nada que se le parezca. No puede morir nunca y, además, existe desde los principios en sus distintas formas. Así que si algo tengo claro es que el teatro no morirá nunca.