Raphael durante su actuación. | Teresa Ayuga

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Raphael no necesita hablar para extasiar al público. Toma el escenario sin articular palabra, tan solo sonríe. El efecto de las luces hace que en pantalla su tez luzca tostada, casi naranja. Plantado allí, quieto y en silencio, observa al público, que le recibe con aplausos al grito de ‘guapo’. Su cara refleja una sonrisa indescifrable cuando el rugido de los fans se vuelve ensordecedor. Para muchos, es el primer concierto en el último año y medio. Suena Ave Fénix, toca venirse arriba.

Raphael bajó el telón del Mallorca Live Summer 2021 con una selección equilibrada entre sus clásicos, un devocionario que sus fans aguardaba ansioso, y algún tema nuevo, esos que le hacen sentirse artista en desarrollo, alejado de las giras ‘greatest hits’ con olor a bucanero que protagonizan sus compañeros de generación. ¿El aforo? Hasta la bandera, 2.000 personas, pero respetando pulcramente los protocolos sanitarios.

El perfil de romántico dramático le sienta tan bien a Raphael como su orquesta, ajustada a sus necesidades: hay sección de viento, teclados, batería, bajo, guitarras y coristas. Y él, ataviado de negro impoluto, se mete en el papel de crooner lanzando sus fraseos ‘seseantes’ y contorneándose como de costumbre, mientras desliza su rosario de clásicos, renovados y adaptados al contexto y sonoridad actuales. Los años pasan factura, pero su atractivo permanece intacto. Hoy, su principal arma de seducción es la voz, pero se mantiene en forma y luce buena planta, rematada con esos botines que le añaden algún centímetro extra.

Suena Vivir así es morir de amor, un tema popularizado en la recta final de los 70 por Camilo Sesto, que el de Linares ha hecho suyo en su último LP 6.0. Raphael la entona con vehemencia, dejando que su voz haga piruetas, cambiando el micrófono de posición y sonriendo a la gente.

Sus peroratas románticas, atrevidas y vehementes, no pasan de moda. A sus 78 años, hemos perdido la cuenta de las veces que se ha reinventado abriendo su música a las nuevas generaciones. El público canta sus himnos de corazón incendiado con determinación, haciéndolos suyos. Al fin y al cabo, de eso va la música, ¿no?

El artista mantiene unos agudos impecables y su interpretación mejora cuando se deja llevar por la energía que lo rodea y no por su autoexigencia. Llega No vuelvas, y el último gran frontman de las baladas arenga a sus fieles para que la canten con él. No hacía falta. El cielo se llena de teléfonos que inmortalizan el momento, en una de las postales más pintorescas de la noche. Se respiran aires de libertad, pero no está permitido alzarse y marcarse un ‘agarrao’ con la pareja.

Raphael se mueve por nosotros. Lejos de su costado melancólico, es todo un danzarín, se desplaza por todo el escenario, aunque ya no lo hace como poseído por ese baile de san vito con el que hicieron el agosto sus imitadores. Hoy sus pasos son controlados pero concisos.

Las fans se vienen arriba y le arengan al grito de ‘guapo’. Y es que con 60 años de carrera a cuestas, Raphael sigue siendo mucho Raphael, digan lo que digan.

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El cantante actuó ante 2.000 personas, un lleno hasta la bandera.