La cantante Zahara, en una imagen promocional.

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El fracaso nos hace más fuertes. De eso va el romanticismo de la derrota que fluye en las páginas de Walter Scott. Zahara siempre ha cultivado ese sustrato entre dramático y épico. Su último disco, titulado Astronauta, contiene nuevas gemas de desaliento, aunque también hay luz, todo ello envuelto en guitarras hipnóticas y secuencias de sintetizador. La andaluza encabezará la primera edición del festival Es Gremi Sounds, que será este jueves 31 de octubre en la sala Es Gremi de Palma.

Las canciones de María Zahara Gordillo (Jaén, 1983) estremecen el alma. Esta joven menuda, que con apenas 12 años compuso su primer tema, se vio de la noche a la mañana compartiendo escenario con artistas de la talla de Javier Krahe o Miguel Ríos. Reconoce que fue una estimulante escuela de vida.

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Luego llegó la banda sonora de Tengo ganas de ti, donde puso el acento romántico al triángulo amoroso que formaban María Valverde, Clara Lago y Mario Casas. Las relaciones, el desamor, la rutina y las dudas son sus habituales ejes narrativos, plasmados en canciones «que pueden ser interpretadas de diferentes formas, me gusta que la gente las haga suyas», subraya. Sin mentiras ni medias tintas, todas ellas «hablan de mí, sugieren mi propia experiencia», reconoce. Aunque si un tema destaca de forma especial en su último disco es Multiverso, un corte compuesto antes de que su mundo se pusiera patas arriba con la llegada de su primogénito. «Lo escribí durante el embarazo y en él plasmo los miedos del cambio radical y salvaje que estaba a punto de llegar», sostiene.

Zahara pertenece a un linaje de artistas en vías de extinción, aquellos que solo entienden su profesión desde la honestidad, «la clave es tener la cabeza en la tierra, saber que todo es pasajero». Sus letras dan buena cuenta de esa naturaleza sencilla. En cuanto a su sonido podría decirse que Astronauta es la continuación natural de su anterior disco, el aclamado Santa (2015), en el que la andaluza exploraba nuevos sonidos más orgánicos, envolviéndose en guitarras y un sintetizador que, en ocasiones, lograba –y logra– un sonido muy ‘ochentas’.