Los jugadores del Mallorca se lamentan tras el descenso del equipo. | Joan Torres

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El Mallorca prendió la mecha del curso con una metamorfosis extraña. La dirección deportiva optó por despojar al equipo de la base principal de la filosofía Capa -se fue toda la zaga titular- y el desbarajuste resultó absoluto. Pese a esa descapitalización defensiva y la marcha, gratis, de una de sus principales figuras (Gonzalo Castro), el grupo balear abrió el telón de la temporada con el objetivo de «subir un peldaño» según el propio entrenador. Es decir, clasificarse para disputar competición europea.

Para taponar las heridas producidas por las ausencias, Serra Ferrer se sacó de la manga a dos centrales brasileños desconocidos (Anderson y Geromel); a un veterano como Antonio López; a Javi Márquez para llevar la batuta y al internacional mexicano Giovani dos Santos como fichaje estrella. También abrió la puerta del vestuario Javier Arizmendi, por expreso deseo del técnico sevillano.

En las primeras cinco jornadas, los resultados invitaron al optimismo. El Mallorca ganó todo lo que jugó en casa (Espanyol, Real Sociedad y Valencia) y empató en sus dos salidas (Málaga y Pamplona). 11 de 15 puntos posibles que le permitieron codearse con la nobleza e incluso desfilar por las posiciones de Champions. De hecho, afrontó la sexta jornada en Getafe con la posibilidad de rubricar el mejor arranque de su historia si se embolsaba la victoria.

De repente, una plaga de lesiones (Javi Márquez, Antonio López, Nunes, Joao Victor...) y un par de tropiezos, rociados de mala suerte en alguna cita, comenzaron a inundar de agua el vestuario. Condenado por su fragilidad defensiva -es el Mallorca más goleado de su historia-, por errores individuales y el fútbol primitivo como único argumento, el equipo entró en barrena. En una caída libre de consecuencias nefastas.

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Llegó Fontàs -cedido por el Barça- para cubrir la ausencia de Joao Victor, baja para toda la temporada por una rotura en el ligamento cruzado, pero después de una fugaz aparición como titular en el Pizjuán (3-2) y en casa ante el Madrid (0-5), regresa al ostracismo. Ese mismo día, Gio asoma la cabeza. Lesionado con la selección mexicana en los Juegos de Londres y después de perderse los siete primeros partidos, el exjugador del Tottenham se estrena con una actuación notable.

El Mallorca se desploma en la clasificación tras encadenar seis derrotas consecutivas y llega al último mes del año con las alarmas sonando por todos los rincones. En apenas una semana, el equipo hace el ridículo ante el Levante (4-0) y en la Copa frente al Sevilla en casa (0-5). A pesar del preocupante aroma que desprende, Serra no toma medidas. Para rematar la crisis, la derrota en casa frente al Athletic (0-1) empuja al Mallorca por primera vez a las posiciones de descenso (jornada 16ª), un hábitat que no abandona en toda la segunda vuelta. La situación es dramática. Nadie cree en Caparrós, que se juega su futuro en el Villamarín. Arropado por el arbitraje, el utrerano logra salvar el match-ball (1-2). Sin embargo, ese resultado solo sirve para prolongar la agonía.

Se abre el mercado de invierno y el Mallorca apuesta por dos laterales (Hutton y Luna) y otro pivote defensivo (Tissone). El 3 de febrero, después de presentar una tarjeta nefasta -6 de 51 puntos- llega lo inevitable. Caparrós es destituido tras caer en Anoeta (3-0) y Serra Ferrer sorprende a todos al contratar a... Gregorio Manzano al día siguiente.

El de Bailén aterriza de la peor forma posible. Un sector de la hinchada no le perdona su pasado y es recibido con insultos en su puesta de largo. Solo los resultados pueden sanar las heridas. Pero el efecto tarda en llegar. El equipo mejora su imagen, pero no sus números. Giovani , más liberado, y Hemed, con sus goles salvadores, mantienen encendida la llama de la esperanza. La salvación parece ser cosa de tiempo. Sin embargo, el Mallorca fracasa en el momento de dar el golpe. Es el 31 de marzo y el bloque balear deja escapar el triunfo en el duelo directo frente al Deportivo (2-3). También cae en el mano a mano en Zaragoza (3-2) y se deja dos puntos de oro ante el Levante. Redacta su epitafio en San Mamés y llega a la última curva del campeonato colgado de un precipicio a la espera de un milagro, de una triple carambola, que no llega. Dieciséis años después, el Mallorca volverá al infierno.