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De una España en ruinas, en plena reconstrucción, resultaba complicado que emergieran deportistas que pudieran competir fuera de nuestras fronteras. La falta de medios, recursos y tradición en muchos casos era un lastre que supieron sortear talentos que, a modo de generación espontánea y puntualmente, hicieron que el país al que representaban muchas veces como podían asomara la cabeza al otro lado de los Pirineos.

En ese contexto hay que ubicar a figuras como la de Guillem Timoner. En tiempos en los que la carretera y los escaladores eran quienes se dejaban ver, encontró en los velódromos una forma de consagrarse y poner a Felanitx y Mallorca en el mapa. Junto a él, Manolo Santana, Arturo Pomar, Joaquín Blume o Federico Martín Bahamontes, entre otros, pusieron la primera piedra. La más pesada, tal vez.

Aunque sea un deporte con escaso impacto en España, la huella de Guillem Timoner es enorme. Por ser el primer campeón del mundo del ciclismo español y conseguir en años difíciles ilusionar y emocionar a una Isla que atisbaba el 'boom' turístico y se echaba a la calle para recibirle cuando volvía luciendo el maillot arcoíris que le acompañará para siempre en el recuerdo. Porque con él se van una parte importante de la memoria colectiva del siglo XX y un pionero.