Llaneras, junto a sus hijos Pau y Aina tras conquistar su séptimo oro mundial. Foto: JAUME MOREY

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Fernando Fernández
Pocas veces el deporte mallorquín había vivido un momento tan cargado de sentimiento. Joan Llaneras sabía que tenía una cuenta pendiente en su tierra y el Mundial de Palma era el momento ideal para saldarla. Si había seguido adelante era por esta cita y por el objetivo de brindarle al desaparecido Isaac Gálvez una medalla. De oro, a poder ser. El reto se antojaba complejo. Igualar a Guillem Timoner (seis títulos mundiales) ya era complicado y se necesitaron cuatro décadas. El «porrerenc» no sólo lo ha logrado. Ya le ha superado y ha logrado ser profeta en su tierra, consagrarse y demostrar que todavía, en el poco más de un año que le queda en la élite del ciclismo en pista, tiene muchas cosas que decir. Joan preparó a conciencia la puntuación. Sabía que era el rival a marcar, pero en casa y motivado, el ya heptacampeón es peligroso. Correr en esas situaciones le va y lo demostró enseguida.

El mallorquín salió el último, quedaban por delante cuarenta kilómetros y saber dosificarse es básico en la carrera a los puntos. El primero en enseñar las garras fue el belga Iljo Keisse. Llaneras tenía pegado a su rueda al griego Tamouridis y el defensor, el holandés Peter Schep, compartía protagonismo con Keisse. Ambos se repartieron los primeros puntos. Joan optó por atacar y animar a la grada. Mikhail Ignatiev, campeón olímpico, le seguía de cerca. No habían pasado treinta giros y diez corredores (Llaneras entre ellos) ya ganaban vuelta. Ambicioso, Joan hacía suyo el «cinco» del quinto paso puntuable. Ya era tercero de la general y el podio empezaba a configurarse con el ataque del balear, Ignatiev, Meyer (Australia) y Kadlec (República Checa), que hizo suya otra vuelta ganada, pero Keisse no dejaba de sumar. Joan ya mandaba en la general. Hasta que, a falta de 57 vueltas, echó el resto. Puso la directa y sacaba media vuelta de margen. Con el Palma Arena en pie, por detrás no podían con su frenético ritmo. En 16 giros, Llaneras sumaba otro «veinte» y cinco puntos extra del paso intermedio. Con 75 y 30 de margen, tocaba controlar. Espeaker y la hinchada llevaban en volandas a su ídolo hacia la gloria (76 puntos). Se abría la lucha por la plata y el bronce. Keisse (55) era más inteligente e Ignatiev (52) se conformaba con el tercer peldaño. Llaneras se colgaba el oro y consumaba la revancha de Atenas. Siete mundiales, ya cuatro de puntuación y delirio en el Palma Arena, que vivía el primer triunfo español. Siempre con Gálvez en la memoria.