Nosotros mismos podemos ser nuestro peor enemigo. | @yanalya

TW
0

«Somos nuestro peor enemigo». La coach personal y de salud, Marga Almarcha, recuerda que «hace tiempo que el filósofo Nietzsche plasmó esta idea, pero todavía hoy sigue estando muy presente en todos nosotros; sobre todo, cuando ante algunas situaciones nos juzgamos con tanta dureza que nos causamos a nosotros mismos un sufrimiento, en muchos casos, inútil». A su modo de ver, «a simple vista se puede leer cómo la típica frase hecha, pero realmente tiene mucho sentido si nos paramos a analizar muchas de las conductas que hemos llevado a cabo contra nosotros mismos a lo largo de nuestra vida, derivadas -quizás- de no aceptar las cosas cómo realmente son, en ese afán continuo de querer cambiarlas».

«Frases como 'no lo voy a conseguir', 'es imposible, soy demasiado torpe', 'nadie me va a querer', 'soy demasiado mayor y nunca he hecho nada interesante', entre otras, hacen que nos hagamos una idea de nosotros basada en una interpretación de hechos que, en muchas ocasiones se aleja de la realidad, de lo que realmente somos y hemos conseguido en la vida. De nuevo salen a la luz todos esos pensamientos intrusivos y el diálogo interno que, en vez de generarnos una actitud de cambio y pasar a la acción, nos lleva a un bloqueo y con él, la inacción», expone.

La coach argumenta que «esta forma de respuesta viene de lejos, ya que estamos educados bajo la cultura de señalar el error antes que el acierto. Esto da lugar a que cualquier cosa que hagamos y no se acerque a ciertos estándares inventados por nosotros mismos, lo veamos como un fracaso y, por ende, empiece a ponerse en marcha nuestra maquinaria interior de autosabotaje. Como consecuencia nos sentimos mal, incapaces de afrontar ciertas situaciones y con la moral por los suelos durante el plazo de tiempo que nos queramos dar para estar ahí».

¿Cómo podemos romper esta dinámica que tanto dolor nos causa?

Aunque ser nuestro propio enemigo es muy duro, Almarcha asegura que podemos poner fin a este sufrimiento. Para ello, «lo primero es darnos cuenta de la comunicación que tenemos con nosotros mismos y de esos obstáculos, como la crítica o la invalidación, que utilizamos tan habitualmente en nuestro diálogo interno. Esto nos ayuda muy poco en nuestra forma de resolver ciertas circunstancias».

Dejar de generalizar es otra de las claves. «Cada cosa que nos pasa ocurre en un contexto único con sus propias circunstancias y en función de ellas, sacaremos conclusiones que solo sirven para ese momento; pero que nos pueden ayudar a entendernos mejor. Ahora bien, estas conclusiones no son el reflejo de toda la realidad ni son la verdad absoluta», expone.

Empezar a concretar las cosas en hechos objetivos. «Apartemos de nosotros todas esas etiquetas que nos han impuesto y nos hemos puesto a lo largo de los años. Hacemos cosas, pero no somos lo que hacemos. La primera afirmación nos da la posibilidad de cambiar aspectos más concretos si estamos dispuestos a ello y, si tenemos en cuenta a la otra persona, poder mirarla con más compasión y empatía», argumenta.

Hacemos muchas cosas bien. «Pongamos el foco a lo que hacemos bien. Si venimos de una educación que ensalza lo contrario, en nuestra mano está elegir poner nuestra atención en lo que sí vamos consiguiendo; así como en todo lo que hemos hecho y conseguido a lo largo de nuestra vida, que nos hace ser las personas que somos. Es decir, seres valiosos».

Empieza a querer conocerte más. «Averigua tus automatismos y estímulos, ya que hará que salga ese juez interno que tanto daño te hace. Si es necesario anota la situación y lo que te dices para poder analizarlo de forma más objetiva desde la calma».

Almarcha concluye que «somos nuestro peor enemigo cuando nos boicoteamos, cuando dejamos de creer en nosotros mismos y en nuestras capacidades, cuando nos anulamos, cuando dejamos de mirarnos con ojos amables y tratarnos con generosidad. Por el contrario, dejamos de serlo cuando nos conocemos, nos escuchamos y conectamos con nuestros sentimientos y necesidades más genuinas; dándole valor a nuestras experiencias, más allá de las expectativas y los resultados que muchas veces nos condicionan. En definitiva, podemos elegir lo que queremos ser.