El monasterio oscense, protegido por la montaña. | José Porras

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El nacimiento del Reino de Aragón se encuentra íntimamente ligado a la historia de la Reconquista en el nordeste de la Península Ibérica. En los inicios de este proceso histórico a los pies de los Pirineos destaca un lugar místico, el monasterio de San Juan de la Peña (Huesca), y un objeto de poder de lo más especial. Un elemento simbólico que de una forma u otra ha sido perseguido con afán desde hace, más o menos, 2.000 años. Esta es la historia de la cuna del Reino de Aragón y las pistas que apuntan a la eventual llegada del mismísimo Santo Grial a sus dominios.

Los historiadores coinciden en afirmar que el monasterio de San Juan de la Peña, cercano a Jaca, jugó un importante papel como centro espiritual y político en los primeros compases del nuevo reino cristiano de la Península emanado del poder de Pamplona, y forjado con la conquista de nuevos territorios del imperante poder islámico. Entre sus muros encontraron reposo eterno numerosos nobles y monarcas del reino aragonés, y no solo eso. Según la tradición popular sus paredes albergaron ni más ni menos que el Santo Grial, la copa o mejor dicho el recipiente que utilizó Jesucristo en la Última Cena con sus apóstoles, antes de afrontar el martirio y posterior crucifixión en el Gólgota.

La relación entre el santo Cáliz y otro insigne seguidor de Jesús, José de Arimatea, se ha plasmado en los tiempos modernos en libros de aventuras y versiones cinematográficas. No obstante, se menta por primera vez en la obra de Robert de Boron publicada en el siglo XII. Según este relato de origen francés, Jesús ya resucitado entrega a José el Grial con la orden de trasladarlo hasta una Isla europea para ponerlo a buen recaudo. Siguiendo la tradición, autores posteriores cuentan que el mismo José usó el cáliz para recoger la sangre y el agua emanadas de la herida abierta por la Lanza Sagrada del centurión Longinos en el costado del Mesías, explicando así su naturaleza prodigiosa, y afirmando que en Britania estableció una dinastía de guardianes para mantenerlo a salvo y escondido de las miradas profanas.

Otro autor conocido popularmente como el primer escritor de la historia de Francia, Chrétien de Troyes, es responsable de trasladar por primera vez el Santo Grial como motivo argumental a una novela. Hay quien dice que lo hizo como favor o por inspiración de Felipe de Alsacia, conde de Flandes y familiar de los primeros reyes aragoneses, a quien dedicó uno de sus cinco cuentos que se han conservado hasta nuestros días, Perceval o el cuento del Grial, la composición que de facto inicia la tradición caballeresca europea.

En la leyenda del Grial de Chrétien de Troyes se conforma la carta de presentación del universo artúrico, en el cual los caballeros de la mítica corte del rey Arturo sufren diversos avatares y peripecias alrededor de la búsqueda del recipiente que acogió la sangre de Cristo crucificado. La popularidad de estas historias no solo se ceñía en la alta Edad Media a la vertiente atlántica francesa o el sur de las Islas Británicas. En cierto modo la fiebre por el Santo Grial, como la suscitada ante reliquias de santos en el contexto de las Cruzadas, fue una constante general en Europa en su conjunto. Hasta cierto punto resulta poco significativo que esos objetos fueran reales o no, puesto que de cualquier modo motivaron a la acción a las personas de su tiempo, y ello comportó efectos concretos que cambiarían el mundo para siempre.

Fotografía antigua de la célebre Crucifixión flamenca de Can Olesa. Foto: J.Llabrés.

Si los caballeros europeos arriesgaban todo para ir a batallar a Tierra Santa, los guerreros en la Península libraban una no menos encarnizada lucha por la supervivencia frente a las tropas musulmanas. La historia inspiradora del Grial posiblemente operara como acicate para todo tipo de escaramuzas. En este contexto se produjo un hecho milagroso a los pies de una montaña singular. Cuenta la leyenda que un joven noble llamado Voto iba de caza cuando avistó un ciervo huidizo. En su persecución el cazador acabó despeñado con su montura por un precipicio, pero por arte de magia o más bien de la providencia divina su caballo se posó en el suelo de forma suave, sin sufrir ambos daño alguno.

En el fondo del barranco descubrió una pequeña cueva, y en ella una ermita dedicada a San Juan Bautista en la que encontró el cadáver de un anciano ermitaño, Juan de Atarés. Ante el insólito descubrimiento vendió todos sus bienes y posesiones, y junto a su hermano Félix se retiró a la cueva, para iniciar allí una vida contemplativa. La comunidad religiosa que surgió al albor de la decisión personal de los hermanos dio paso al monasterio de San Juan de la Peña, ubicado en un entorno natural de particular espectacularidad ya habitado en el pasado más remoto, según aventuran los especialistas.

De San Juan de la Peña nace el mismo concepto del nuevo reino cristiano de Aragón, cuando los guerreros junto a los hermanos ermitaños aclamaron a Garci Ximénez como jefe militar, que les conducirá a la batalla por reconquistar tierras de Jaca y Aínsa, y establecer allí la primera capital de lo que con el tiempo acabaría convirtiéndose en el Reino de Aragón, una operación no exenta de actos milagrosos.

Siendo rey en Pamplona García Íñiguez (aproximadamente entre los años 851/852 a 881/882) y Galindo Aznárez I conde de Aragón, se favorece la expansión del monasterio, que en aquellos momentos apenas aglutinaba una pequeña comunidad a su alrededor. El hijo del segundo, Galindo II Aznárez, repobló Jaca en torno al 920. A los monjes guerreros de San Juan de la Peña se les otorgó derecho de jurisdicción, y por si fuera poco su enclave es estratégico, tanto por su ubicación con respecto a las rutas más benevolentes para cruzar los Pirineos, como por su disposición en plena senda aragonesa del Camino de Santiago.

Una vez expuesta la importancia del entorno, ¿qué dice la historia del Santo Grial? La copa sagrada llegaría a lo que posteriormente serían tierras aragonesas sobre el año 260, y el responsable del envío fue según la tradición San Lorenzo, el más importante de los siete diáconos regionarios de Roma y posiblemente nacido en Huesca. En el desarrollo de sus funciones el papa Sixto II le confió administrar los bienes de la Iglesia y el cuidado de los pobres.

El pontífice fue decapitado el 6 de agosto del 258 y San Lorenzo fue quemado vivo en una parrilla cuatro días después. Sus restos se conservan en la basílica de San Lorenzo de Roma y algunos creen que ante su certero fin pidió a algún colaborador cercano hacer llegar el Santo Grial a sus familiares en su tierra natal, para protegerlo de este modo de la persecución y el expolio. Los obispos oscenses lo mantendrían en su poder hasta el año 712, cuando la invasión musulmana causó una gran desbandada de las poblaciones más grandes, y tesoros y reliquias se ocultaron de forma sistemática en emplazamientos seguros del Pirineo.

Hay quien dice que la copa que acogió la sangre de Jesucristo se guardó un tiempo en Yebra, en iglesias del valle de Echo o la propia iglesia de Jaca, la misma que acabó siendo catedral y sede del primer obispado restaurado en tierras oscenses. Hay quien dice que un obispo jacetano llevó consigo la copa a San Juan de la Peña cuando allí llegó para afrontar la parte final de su vida. Los monjes puede que custodiaran en el silencio de las alturas el Santo Grial. Los reyes y tropas aragonesas acudían al santuario a orar puntualmente antes de la batalla, y con la progresiva expansión al sur su importancia decayó a partir de finales del siglo XII.

Los Reyes de España junto a los antiguos capiteles del monasterio de San Juan de la Peña. Foto: Efe.

Los incendios hicieron mella, hasta el punto de que uno en el siglo XVII duró tres días y causó una importante destrucción. El daño producido por las llamas obligó a los monjes a abandonar el monasterio y fundar uno nuevo. No obstante, las gentes locales reconocen como San Juan de la Peña tan solo a aquel que según la tradición aragonesa albergó el Santo Grial, el artefacto prodigioso que de allí salió en 1399 cuando el rey Martí l'Humà lo reclamó para llevarlo al Palacio de la Aljafería de Zaragoza.

Otras versiones ubican la verdadera copa de la Última Cena en León; algunas más en València. El terreno está abonado para el debate e incluso se esgrimen razones científicas apoyando cada una de las tesis. Lo que sí es palmario es que entre las paredes de San Juan de la Peña se produjo un hecho memorable. Fue el 22 de marzo de 1071 y contó con asistencia del mismo legado del papa de Roma. No en vano San Juan de la Peña fue el primer lugar de la Península Ibérica donde se ofició misa a partir del rito litúrgico romano, dejando atrás el antiguo rito hispano-visigótico, un signo irrefutable de que el mundo se mueve y los tiempos cambian.