Entrada de Jaume I en Madina Mayurqa, una pintura de Ricard Anckermann. | Redacción Digital - Arxiu del Parlament de les Illes Balears

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Traidor o héroe. A veces la cuestión depende de la perspectiva que se adopte. La mirada es nítidamente distinta si uno asume el papel del vencedor, o por contra el del vencido. El relato difiere en base a las fuentes históricas y documentales que uno consulte. En el episodio de la Conquesta de Mallorca llama la atención el papel de un actor secundario. Un personaje con una trayectoria vital de ida y vuelta. Hoy conoceremos la historia de Gil d’Alagó, el caballero «traidor» que con su mediación pudo salvar miles de vidas en la Isla del primer tercio del siglo XIII.

La conquista de Mallorca es el hito que marca el inicio del camino de Jaume I como monarca destacado en su época. La acometió a muy pronta edad, y no obstante no era este el primer reto que el joven rey debía afrontar. Su llegada al trono no fue lo plácida que tal vez hubiera deseado, y el imberbe Jaume I tuvo que liquidar un clima de revuelta generalizada en el estamento nobiliario aragonés. Curiosamente, de quien nos disponemos a hablar en este capítulo de la historia de las Islas es un caballero de origen aragonés, que no solo repudió su tierra sino que también rechazó públicamente la fe cristiana.

Las crónicas que loan la campaña militar del rey de Aragón en Mallorca refieren el intento de Gil d’Alagó como el «último caso de traición», a manos de un «caballero renegado cristiano aragonés» «qui ha nom Mahomet». El tal Gil no solo había cambiado su residencia y su servidumbre; la adopción de un nombre musulmán le confieren el estatus de agente plenamente integrado en la idiosincrasia islámica propia de su tiempo. Su conocimiento del terreno podría ser determinante. Debemos señalar que la Madina Mayurqa previa a la Conquesta de Jaume I era nítidamente distinta a lo que fraguaron a sangre y fuego las tropas del rey a partir del 31 de diciembre de 1229.

En la Ciutat musulmana se concitaban de forma más o menos pacífica las tres religiones monoteístas del momento. Existía una cierta libertad de culto supeditada al orden dominante. No obstante, según los relatos historiográficos, no reinaba un clima sosegado ni despreocupado. Pocas décadas antes la Isla había cambiado de gobernantes, y aun quedaban por saldar cuentas pendientes entre las distintas facciones islámicas. La violencia sectaria y la pugna por el poder indiscutido de Mallorca fue por tanto un caldo de cultivo propicio para la exitosa irrupción de una fuerza ocupante extranjera, en este caso las tropas catalanas del Rei en Jaume, que en poco tiempo rompieron el cerco posiblemente gracias a las grietas internas. Este hecho se repite recurrentemente a lo largo de la historia, como por ejemplo sucedió siglos después en la conquista de Hernán Cortés de amplias zonas de Centroamérica.

Como decimos, la Mallorca de inicios del siglo XIII posiblemente acogiera a personas de distinta procedencia sin demasiados complejos ni obstáculos, siempre y cuando tuvieran algo que aportar. Otro precedente más lo tenemos en la llegada de los descendientes de Robert d'Aguiló, el normando que alcanzó el grado de Princeps Tarraconensis, cuando fueron enviados al exilio por degollar al arzobispo sobre el altar mayor en plena Misa de domingo. El propio comerciante y marino cristiano que sugirió la expedición, Pere Martell, visitó la Isla varias veces. Sabía de buena tinta que, al traspasar los muros, los invasores hallarían entre la población local a comerciantes pisanos, genoveses y provenzales con base temporal o permanente en la bahía de Palma. Lejos quedaba la historia del primer y único Príncipe de Tarragona, cuyo legado quedó sepultado por las intrigas palaciegas y las conspiraciones.

Las tropas catalanas, de camino a la capital musulmana de la Isla. Foto: R.C.

No sabemos bien qué avatares llevaron a Gil d’Alagó a residir en la ciudad mallorquina. Sí sabemos cuál fue su primer movimiento ante la inminencia de la guerra, una vez consumado el desembarco de las tropas en Santa Ponça. Bien fuera por su propia iniciativa, bien por la del valí almohade, el apodado Mahomet intentó negociar con Jaume I. Para hacerlo, curiosamente, contactó con otro noble aragonés. Se trata de Pedro Cornel, un jefe local de la Ribagorza y el Sobrarbe que rivalizó con el monarca en sus primeros años, y después ejerció la labor de fiel consejero.

Aparentemente quiso lograr que las tropas cristianas desistieran de su empeño y abandonaran la Isla. La crónica de Pere Marsili, archidiácono del Bisbat de Mallorca y fraile de la Orden de los Predicadores entre finales del siglo XIII e inicios del XIV, es bien conocida por los historiadores y señala «los tratos movidos por Gil de Alagón», la posterior «respuesta negativa del rey» así como una conferencia primigenia con el rey musulmán de Mallorca en la que un desplante resultaría decisivo para los intereses de la Media Luna:

«Viendo los sarracenos con evidente certidumbre que no podían defender la ciudad, despacharon al rey un mensaje para que les mandara un enviado fiel, aquel en quien tuviese mayor confianza, pues habían deliberado y acordado tener con él una conferencia. Y habido consejo sobre la materia, les envió el rey á Nuño con diez caballeros y un judío de Zaragoza llamado Baylén versado en el idioma arábigo; los cuales introducidos á presencia del rey sarraceno, fueron preguntados acerca de lo que buscaban y de lo que tenían que decir. Y respondió Nuño que para oír habían venido, pues los de la ciudad eran quienes habían pedido un mensaje al soberano. Replicó el rey de Mallorca: «volveos allá de donde habéis venido, que nada tengo que departir con vosotros». Volvió Nuño al rey, y delante de los barones y prelados le contó de qué manera se había visto escarnecido; é indignándose mucho el rey con semejante relación, díjole el consejo: «dejad, señor, tiempo vendrá en que hablaría de buena gana, y por ningún término será escuchado».

Algún tiempo después, y siempre antes del asalto definitivo contra la capital musulmana, el noble Pedro Cornel que había asistido en persona al consejo donde el monarca había sabido del infructuoso contacto se dirigió a él con novedades: «señor, Gil de Alagón, que fue cristiano y caballero y ahora es sarraceno y renegado de la fe bajo el nombre de Mahomet, me ha enviado ya dos recados de que deseaba conmigo hablar; así que, si vos me dais licencia hablaré con él, pues acaso quiere decirme y revelarme alguna cosa de provecho».

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El cronista Pere Marsili reseña que a los pocos días Cornel regresó con nueva información, por lo que requirió a Jaume I que salieran a cabalgar. Allí le confirmó «las proposiciones de Gil de Alagón»: según el texto histórico, Mahomet se comprometió a «tratar con el rey de Mallorca y con los ancianos de la ciudad y de la Isla de que den y paguen al rey de Aragón todos los gastos que él y sus nobles hayan hecho en la expedición presente y que salvos y seguros se retiren; y estas condiciones se asegurarían en tal forma, que todos con ellas pudieran quedar bien satisfechos». Aparentemente trató de evitar una matanza entre dos fuerzas antagonistas. Si alguna cosa más trataron no lo podemos saber. Sea como fuere, la respuesta de Jaume I no se demoró, y como cabía esperar, el que maneja la pluma viste las palabras de un enojo descarnado:

«De vos nos admiramos mucho, ó Pedro Cornel, que semejantes pactos hayáis oído con paciencia de boca de aquel renegado ó de cualquier otro; pues á Dios prometemos por la fe que nos dio y en que vivimos y por cuyo medio esperamos salvarnos, que si se nos diera cuanta plata puede caber desde el lugar del campamento hasta los montes, nos no acogeríamos ni admitiéramos pacto ó transacción alguna por lisonjera que nos fuese, mientras no ganemos de esta vez la ciudad y el reino; antes bien oíd lo que os decimos, que jamás volveremos á Cataluña, si no nos abrimos paso por medio de la ciudad. Y ahora desde el momento os mandamos só pena de nuestro amor y gracia, que en adelante no nos propongais semejantes especies que no son de nuestro agrado».

Al menos en una ocasión más, cuando el asedio contra la ciudad ya había comenzado, el regente islámico remitió un mensaje a Jaume I para que le enviase a Nunyo Sanç como interlocutor, de quien había oído decir que era «íntimo del rey y de una misma sangre o parentesco. Fue allá Nuño, y a la salida de la puerta de Portopí alzose una suntuosa y magnífica tienda, dentro de la cual había muy bellas y blandísimas almohadas. Toda la hueste suspendió los trabajos, y ningún daño se intentaba por ninguna de las partes mientras que se trataban estas conferencias. Tomó asiento el rey de Mallorca con dos ancianos únicamente, y tómolo Nuño y algo más lejos el judío enviado en calidad de intérprete; y quedaron afuera los caballeros de Nuño y algunos sarracenos».

«Empezó Nuño diciendo: '¿por qué razón habéis pedido al rey que me enviase a mí a hablar con vos?» Respondió el rey de Mallorca: «No habiendo yo en ningún tiempo de palabra ni de obra hecho injuria a vuestro soberano, maravillome mucho de que tan cruelmente esté dispuesto contra mí, que se esfuerce por todos medios en arrebatarme el reino que me ha dado la divina Providencia; por tanto a vos y a los demás nobles ruégoos le aconsejéis que abandone la empresa injustamente principiada, y nos le resarciremos todos los gastos, y vosotros todos salvos y seguros os retirareis en paz, y todo lo que prometemos pagar se despachará dentro de cinco días».

El valí musulmán, según el cronista, además de mostrarse dispuesto a pagar un soborno trató de ir de farol: «por gracia de Dios tenemos acopio de armas y de víveres y de todas las cosas que para defensa de una ciudad se juzgan necesarias». Según esto, no era el temor por sus vidas lo que le movía a tratar de firmar la paz in extremis. «Procuramos únicamente redimir y terminar molestias», dijo, y propuso mandar a dos «hombres dignos de fe» para que en persona vieran la acumulación de víveres y armas de que disponían los defensores, y así se lo transmitieran a sus mandamases.

Los capitostes islámicos dudaban de que la fuerza de asalto cristiana pudiera hacer mella suficiente en las defensas. Pero cuando los hechos se precipitaron, tras la conquista de la ciudad y el saqueo de días que le sucedió, a la tropa le quedaron aun ganas de pillaje. El objetivo en esta ocasión será el díscolo noble de origen aragonés, cuando afloraron problemas entre los vencedores y la falta de acuerdo truncaba trueques y compras públicas de objetos y esclavos recién aprehendidos. Así lo narra el texto original:

«Los caballeros y hombres del pueblo creían tener parte en las cosas puestas así en venta, y compraban por valor de lo que les parecía deber tocarles por su porción, pero hecha la venta se resistían a pagar los efectos ya comprados. Juntáronse con el pueblo los caballeros, y tumultuosamente iban por la ciudad gritando: 'mal vá eso, mal vá'. Y súbitamente levantóse de entre ellos una voz: 'saqueemos la casa de Gil de Alagón', y fueron allá, y lo efectuaron. Y habiendo acudido el rey corriendo, cuando habían despojado ya del todo la casa, díjoles: '¿quién os ha dado licencia para devastar así la casa de ningún noble, estando nos presente, y no habiéndose hecho a nos instancia alguna?'. Y dijeron a gritos: 'debemos tener parte nosotros como los demás de toda la presa, y no la tenemos, sino que morimos de hambre, y así queremos volver a nuestra tierra; por esto las gentes han hecho lo que han hecho'. Díjoles el rey: 'arrepentiros y enmendaron debeis de estas cosas y absteneros absolutamente de tales fechorías, sino nos veríamos precisados a hacer de vosotros justicia, y tendríamos sentimiento de vuestro mal, y harto hubierais de lamentar el castigo'.

«Anem a barrejar la casa de Gil d’Alagó» pregonaban los catalanes, según las crónicas, en el momento de los disturbios causados al albor de la subasta de los bienes capturados. Ciertamente, Jaume I sale en defensa del tal Mahomet, y este punto es para algunos investigadores lo más significativo de esta historia. Sabíamos de sus requerimientos para mediar entre ambos bandos y que la sangre no llegara al río. Sabíamos que conocía bien a los contendientes. Hasta dónde su intervención fue clave en el cambio de status quo. La cuestión sugiere un viraje, una disrupción en la narración de los hechos. ¿Acaso Gil d'Alagó, viendo los derroteros que tomaba la Conquesta de Mallorca, había vuelto a cambiar de bando?

Según el insigne historiador Ferran Soldevila «debemos suponer que había regresado a la religión cristiana y que los servicios prestados al rey debían haber sido extraordinarios». La medida concreta de esos servicios no la sabemos, pero existe un amplio terreno abonado a la especulación. De cualquier modo Jaume I tuvo la suficiente autoridad para imponerse a los sublevados, y lo hizo garantizándoles una distribución del botín de guerra más justa, más transversal. Por el camino desvalijaron la casa asignada al pavorde de Tarragona, y nada quedó en ella. El monarca aragonés mandó que en el primer alboroto o riña «montasen todos en sus caballos armados y cogiesen a veinte de los sediciosos, los cuales sin misericordia fuesen ahorcados».

Como apunte final, el cronista Pere Marsili reseña que el propio Jaume I temió que sus posesiones fueran saqueadas, por lo que «sacó de ella todo lo mejor del botín y él mismo lo acompañó en su traslación al Temple. Convocó al pueblo y reprendiólo duramente, y les reveló lo resuelto sobre ahorcar a los díscolos. Añadió: '¿por qué a mortandad y a confusión os entregáis? Voluntad nuestra es y de los nobles que os quepa vuestra porción así de los bienes muebles como de las tierras'. Oídas estas últimas palabras, sosegóse la multitud y desistió de la maldad principiada. De esta manera tranquilizó el rey al pueblo, y volvieron los nobles a sus propias casas, pues con el naciente tumulto se escondían ya por apartados y ajenos albergues».