Las tensiones entre el Reino de Aragón y la Corona de Mallorca desembocaron en varios conflictos fraticidas. | Jaume Morey

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La Corona de Mallorca vivió un final abrupto y fraticida a finales del siglo XIV. De entre todas las que componen el bodegón existe una figura histórica relativamente poco conocida. Un personaje que asumió un discreto papel secundario cuando en verdad, por sangre y tradición, debería haber lucido la tiara real en su testa. Esta es la historia de Elisabet, la última representante de la Casa de Mallorca que debió ser monarca, y sin embargo, vendió sus derechos dinásticos a un rey extranjero y acabó sus días en un convento.

La Real Academia de la Historia sitúa el nacimiento de Elisabet de Mallorca en tierras continentales de la Corona de sus abuelos, en este caso en la corte de Perpinyà, probablemente hacia el año 1338. Al igual que su hermano mayor, fue hija de Jaume III de Mallorca y de Constança d'Aragó, y como tal sufrió en carnes propias las tensiones, conspiraciones y guerras urdidas alrededor de la caída dinastía mallorquina y su arrebatada independencia.

El ente académico español destaca de Elisabet que junto a su hermano Jaume y la reina Violant vivieron en primera persona las trágicas jornadas de la derrota y muerte de su padre y esposo Jaume III en la batalla de Llucmajor, acaecida en 1349. Ella era tan solo una niña, pero no por ello escapó a las consecuencias de la obsesión de la Corona vecina por recuperar el dominio en la díscola tierra insular. De tal modo, y por orden de su familiar y rey de Aragón Pere el Ceremoniós, las doncellas pasaron un tiempo recluidas en el convento de clarisas de València cuando el ejército reunido por el vástago de Jaume II fue arrasado en el campo de batalla del Migjorn. La insigne autora Maria Antònia Salvà glosó de forma sentida los hechos:

Quina horror la d'aquell dia,
noble rei Jaume tercer,
quan ta sang envermellia
el terreny llucmajorer.

Perdre-ho tot, ceptre, corona,
llum del dia, greu dissort!,
nostra terra avui s'adona
que ella fou ton jaç de mort.

Sos brancams ploraven fulles
aquell jorn amb plor amic,
i acollia tes despulles
piedós, son temple antic.

Del jorn negre la memòria
en tot temps, oh Llucmajor!,
endolà la teva història
amb una ombra de tristor.

Però avui, rejovenida
nostra terra tan lleial,
qui perdia amb tu la vida
has alçat el pedestal.

El veurà ta plana estesa
coronat de sol ixent,
o drapat de reialesa
per la grana del ponent.

Jaume terç, valent i noble,
sempre august en la dissort,
regna encar damunt ton poble
per l'amor qui venç la mort!

La reclusión de las mujeres familiares del difunto rey rebelde duró prácticamente una década, un tiempo que es fácil de imaginar invertido por sus captores en la reeducación de la infanta mallorquina. Pasar de ser un símbolo de la revuelta a ocupar su papel en el engranaje de la Corona catalanoaragonesa debía ser solo cuestión de tiempo. Pero como sus antecesores, Elisabet demostró ser alguien terco y obstinado.

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Coincidiendo con el traslado de su hermano al presidio del Castell Nou de Barcelona, Elisabet fue liberada y contrajo matrimonio con Juan Paleólogo, marqués de Montferrato, en Montpellier. Las crónicas resaltan que Pere el Ceremoniós le había prometido una dote de 40.000 florines a cambio de su renuncia a reivindicar sus derechos sobre la Corona de Mallorca. Según los historiadores, Elisabet cumplió su parte del pacto, pero el rey de Aragón nunca abonó la cantidad prometida.

El único patrimonio personal de Elisabet eran algunos bienes familiares, como las baronías de Omelades y Carlades, así como los derechos señoriales que se reservó su padre Jaume III, al vender la ciudad de Montpellier al rey de Francia en 1349; asimismo, este último le cedió el señorío de Pezenas. Aparentemente todo iba según los planes del rey aragonés pero de forma soterrada se había urdido una conspiración. Los herederos mallorquines aun tenían amigos en la cárcel y la huida de Barcelona del infante Jaume fue un revulsivo para Elisabet.

PALMA. MONARQUIA. BUSTO DEL REY JAUME IV.
Jaume IV. Foto: R.C.

La Real Academia de la Historia explica de forma más elegante y académica cómo nuestra protagonista se lió la manta a la cabeza. Concretamente «se dejó prender por el proyecto de Jaume de recuperar la Corona de Mallorca». ¿Cómo? En la época ese tipo de cosas solo conocían una vía, y esta era la de la fuerza.

En el año 1374 una Elisabet ya enviudada, sin descendencia y con pocas perspectivas reales de prosperar decide unir su destino al de su hermano, participando en la invasión de Cataluña desde las tierras occitanas que le rendían tributo. Ese episodio ya lo narramos con detalle en este otro artículo histórico publicado en Ultima Hora, que condensó la búsqueda de la tumba desaparecida en algún lugar de Castilla de Jaume IV, el hermano de Elisabet, fallecido en el transcurso de una empresa titánica, casi de locos.

Tras cruzar los Pirineos con unos miles de hombres de armas Elisabet «vivió el entusiasmo de llegar hasta la localidad de San Cugat, cercana a Barcelona, y la tristeza de la retirada hacia Castilla». En febrero de 1375 el infante Jaume fallecía en Soria, donde muy probablemente fue sepultado con honores reales. En su lecho de muerte designó heredera a su hermana. Seis meses después de la muerte de Jaume, Elisabet vendió sus derechos dinásticos al rey francés Lluís d'Anjou. Sus últimos días los pasó recluida en el parisino convento de Santa Catalina, donde murió en 1404. Así se apagó definitivamente la llama de la Corona de Mallorca.